Analistas 05/10/2025

Gigante financiero con pies de barro

Carlos David Alape Gamez
Economista y candidato a magíster en Economía Aplicada Universidad de los Andes

Los datos de la Superintendencia Financiera ofrecen un panorama inquietante sobre el papel del sistema financiero en el país. Aunque los activos totales alcanzan hoy casi 191% del PIB, lo que refleja un sector de gran tamaño y aparente solidez, la composición de esos activos revela una tendencia que debería preocuparnos. El crédito pierde espacio frente a las inversiones financieras.

Gráfico LR

En enero de 2020, la cartera de crédito equivalía aproximadamente a 47% del PIB, mientras las inversiones financieras representaban 80%. Cinco años después, la situación ha cambiado de manera desfavorable. La cartera se redujo a alrededor de 41%, en tanto que las inversiones crecieron hasta 87% del PIB. En otras palabras, el sistema financiero es hoy más grande que antes, pero presta menos en proporción a lo que produce la economía.

Las consecuencias son claras. Una menor participación del crédito significa menos recursos disponibles para empresas y hogares. Las pyme, que dependen del crédito bancario para crecer, innovar y sobrevivir en contextos difíciles, ven reducidas sus posibilidades de acceso a financiamiento. Los hogares también encuentran limitaciones para proyectos de largo plazo como la compra de vivienda, la educación o el consumo de bienes duraderos. Este fenómeno lejos de ser una cuestión técnica, tiene efectos directos sobre el empleo, el crecimiento y la movilidad social.

Por otro lado, la concentración de recursos en inversiones financieras responde a una lógica de seguridad y rentabilidad inmediata, pero no genera los encadenamientos productivos que sí produce el crédito. Mientras un préstamo para una empresa puede impulsar producción, empleo y consumo, una inversión en títulos financieros mantiene los recursos dentro del propio circuito bancario, sin derramarse hacia la economía real.

El riesgo de fondo es doble. Primero, un sistema financiero demasiado dependiente de inversiones financieras queda más expuesto a choques externos, como variaciones en tasas de interés o caídas en los precios de los bonos. Segundo, la escasez de crédito profundiza la desigualdad. Las grandes compañías, con acceso a mercados de capitales, pueden financiarse por otras vías, mientras que las pequeñas unidades productivas se quedan rezagadas.

Lo paradójico es que el país cuenta con un sistema financiero voluminoso, pero de impacto limitado en el desarrollo. Un gigante con pies de barro, fuerte en cifras contables pero débil en su función esencial de dinamizar la economía real.

Corregir este rumbo no significa reducir la importancia de las inversiones, sino equilibrarlas. El sistema financiero debe recuperar su papel histórico de intermediario, canalizando el ahorro hacia proyectos productivos que impulsen empleo y crecimiento sostenible. Una economía que no recibe crédito suficiente es una economía que se condena a crecer por debajo de su potencial.

En síntesis, los números son elocuentes. Más activos y más inversiones, pero menos crédito. Si el sistema financiero quiere ser recordado como motor del desarrollo y no solo como guardián de cifras macroeconómicas, debe volver a prestar más y aumentar el crédito a quienes lo necesitan, empresas, emprendedores y familias. Solo así pasaremos de un sector financiero grande en balances a un sector grande en impacto social.

TEMAS


Actualidad del sistema financiero - Superintendencia Financiera - Créditos bancarios