Analistas 05/07/2025

Los Estados Unidos: ¿Qué pasará con la deuda?

Carlos David Alape Gamez
Economista y candidato a magíster en Economía Aplicada Universidad de los Andes

El Senado de Estados Unidos acaba de aprobar, por un voto de margen, el flamante “One Big Beautiful Bill”. Con el desempate cortesía del vicepresidente J.D. Vance, este paquete de más de 900 páginas incluye recortes fiscales permanentes, un techo de deuda elevado en US $5 billones, recortes sociales históricos y una dosis generosa de gasto militar y fronterizo. Pero debajo de esa capa de promesas, se esconde una realidad fiscal que debería helarle la sangre al Tesoro y a cualquiera que tenga inversiones ligadas al dólar.

Según la Oficina Presupuestaria del Congreso, esta nueva versión del proyecto elevará la deuda nacional en al menos US$3,3 billones más durante la próxima década. Pero la verdadera dimensión del problema aparece cuando se amplía el lente y se compara a Estados Unidos con el resto del mundo. El informe del Fondo Monetario Internacional, FMI, titulado “Putting a Lid on Public Debt” lanzó una advertencia clara, hacia 2029 los Estados Unidos será el país con la mayor relación deuda pública/PIB entre las grandes economías del mundo. Su cifra proyectada alcanza un estratosférico 133,7%, superando incluso a China (111,1%), que hasta hace dos décadas tenía menos de la mitad de esa ratio.

En 2001, Estados Unidos tenía una relación deuda/PIB de 53,1%, apenas por encima de la mediana global. Hoy, no solo supera los niveles de las economías desarrolladas, sino que multiplica por dos la mediana mundial, estimada en apenas 50,2% para 2029. La tendencia es clara y preocupante; mientras el resto del mundo busca “ponerle techo” a su deuda, EE.UU. parece decidido a romper ese techo con fuegos artificiales.

Una deuda creciente no se financia sola. Se hace emitiendo más bonos. Pero esa avalancha de Treasuries requiere tasas de interés más atractivas para seducir a compradores, en un entorno donde la FED ya no es el gran comprador de siempre. Se espera entonces, presiones al alza en los rendimientos, que están comenzando a asustar incluso a los inversionistas más patrióticos. Aquí entra en escena el famoso carry trade: inversores internacionales toman prestado en monedas con tasas bajas (como el yen) para comprar bonos del Tesoro que ofrecen mayores rendimientos. Mientras el dólar no colapse y los rendimientos sigan subiendo, la operación es lucrativa. Pero es también inestable y potencialmente explosiva. Una revaluación abrupta del dólar, una corrección en tasas o una crisis de confianza puede hacer que ese capital especulativo salga tan rápido como entró.

Una deuda de esta magnitud crea un dilema para la Reserva Federal. Si baja las tasas para suavizar el servicio de la deuda, arriesga inflación. Si las sube, hace más caro el propio endeudamiento del gobierno, lo que puede desencadenar un ciclo perverso de refinanciación costosa, menor crecimiento y aún más déficit. Además -como diríamos los economistas-, la equivalencia ricardiana entra en juego: ante la expectativa de que la deuda creciente deberá pagarse con mayores impuestos en el futuro, los hogares podrían no aumentar su consumo actual pese a los recortes fiscales, anulando cualquier efecto expansivo que se haya buscado. En otras palabras, lo que hoy parece un alivio, mañana se convierte en carga.

Mientras se festejan los recortes fiscales, el proyecto incluye ajustes drásticos a Medicaid y Snap, que podrían dejar sin seguro de salud a más de 17 millones de personas y reducir la cobertura alimentaria en los sectores más vulnerables. El alivio fiscal tiene un reverso externadamente paupérrimo más desigualdad, más pobreza y más tensión social.

Estados Unidos se perfila como líder... pero según el FMI en deuda. Si bien el “One Big Beautiful Bill” promete alivios inmediatos, lo hace hipotecando el futuro. Compromete al dólar, somete a la FED, tensa los mercados de bonos y despierta los apetitos especulativos del carry trade.

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