Todos los días se aprende algo dice el dicho, y el marketing no es la excepción porque además de ser una actividad reconocida por el dinamismo que tiene generado por los mercados, la competencia y la constante del cambio, siempre tendrá lecciones aprendidas y por aprender, o que deben ser aprendidas para evitar errores posteriormente. Pero como sucede en muchos casos, son pocos los que aprenden y, si lo hacen, no se ve que lo apliquen.
Últimamente han sido varias las organizaciones que en todo el mundo han anunciado problemas, recortes de personal, y hasta cierres, algunos de manera definitiva y otros guardando esperanzas de recuperarse.
Las causas para que se vivan circunstancias difíciles, como muchas de las actuales por el desgobierno, son variadas, siendo buena parte de ellas ocasionadas por errores que se han cometido y que podrían resumirse en lo siguiente: se apartaron de lo que piensan y desean los mercados, de una parte, y se olvidaron de asumir los riesgos que los mercados inestables exigen, de otra, además de haberse olvidado del trabajo con pasión y amor por lo que se hace.
El “cementerio mercadológico” es numeroso. Pero es preocupante verlo crecer por errores antes que por otras razones que podrían calificarse como insalvables, porque como alguien dijo “todo llega a su fin”, y la eternidad en los humanos no existe. Pero pudiéndose evitarlos rediciendo riesgos, es lamentable que se sigan apreciando, dejando prever el final o las consecuencias negativas que, siendo realistas, no pesimistas, pueden anticiparse.
Los éxitos y los fracasos son pasajeros; por eso nunca se puede pensar que se alcanzó la meta
Muchas veces cuando se logra una posición de dominio y liderazgo, muchas personas y organizaciones piensan que pueden dictar normas de comportamiento imponiendo condiciones y haciendo caso omiso de lo que piensan y desean los mercados, como está ocurriendo en el país con muchos dirigentes.
La lección es clara: si no se tiene en cuenta lo que percibe, piensa y desea el mercado, y no se está en contacto con él, no se pueden lograr ofertas adecuadas, y eso es más importante que la herencia y los legados de los antepasados. Una vez más, como dijo Paul Manssur, las ofertas se hacen para entregar cada vez un mejor nivel de vida para todos.
No asumir los riesgos que una sociedad cambiante impone es un error grave que muchas personas que dirigen las organizaciones (y gobiernos si así pueden llamarse) han cometido y que cuesta demasiado, económica y socialmente. No se trata de hacer locuras, como se dice, pero tampoco de quedarse quieto como si los mercados fueran estáticos, siendo la constante del cambio la que más se mueve.
Se vive el presente evitando cometer los errores del pasado, preparando el futuro, pero con realismo, sin hacer lo indebido, entendiendo que lo que ayer funcionó, hoy, con lo que estamos viviendo, es difícil que continúe generando resultados al menos iguales. Pero acabar con lo bueno que se ha hecho y está haciendo, por razones de ideologías o gustos, y peor, desconociendo lo que los mercados opinan, desean, esperan y buscan, es un camino seguro al abismo del que difícilmente se puede salir en el corto plazo.
Los éxitos y los fracasos son pasajeros; por eso nunca se puede pensar que se alcanzó la meta final. Nunca se llega. Ojalá el futuro no sea traumático por no aprender ni escuchar.