La justificación del proceder de los gobernantes es la coherencia, coherencia con los principios que siempre han proclamado y que los ha llevado al poder. La Real Academia de la Lengua Española define la coherencia como “la actitud lógica y consecuente con los principios que se profesen”.
En lo público, la coherencia es fundamental para generar aceptación, respeto y, sobre todo, confianza y credibilidad. No es entendible ni aceptable cuando se hace el tránsito de la coherencia a la conveniencia, sin embargo, esta resulta ser la justificación más frecuente para la incoherencia.
La coherencia parece ser una actitud cada vez más escasa, ya que los líderes están siempre dispuestos a justificar la incoherencia de sus acciones con subterfugios, o simple negación de la verdad, y dado que el pueblo no es tonto, reconoce esa incoherencia, y la consecuencia es la pérdida de credibilidad, y, con ella, la pérdida de gobernabilidad.
Cuando un jefe de Estado y una colectividad reconocen dentro de su sistema de pensamiento que el pueblo es soberano y que en las democracias esta soberanía se expresa en el voto, cualquier alteración de esa voluntad popular significa una afrenta contra el orden democrático que termina en alguna forma de dictadura.
En Venezuela, Maduro perdió las elecciones y alteró de manera injustificable el resultado, lo que era predecible dentro de la coherencia de una dictadura establecida por años, que trata de justificar su permanencia en el poder con elecciones en la cuales solo participan sus amigos, a la manera en que lo hacen otros dictadores de la región como Ortega en Nicaragua o el régimen en Cuba.
En esta ocasión, la figura no le resultó y un desconocido diplomático llegó a representar la frustración de un pueblo y el liderazgo de la candidata vetada. Para asegurar su robo, Maduro recurrió a la fuerza, al asesinato de inocentes, y a la violación de todos los derechos humanos. Quienes somos coherentes con la defensa de la democracia y el respeto por los derechos humanos no reconocemos el triunfo del déspota, y así lo han hecho millones de ciudadanos en el mundo y multiplicidad de gobiernos.
Pero esa coherencia no le pareció importante a nuestro Jefe de Estado que defiende la democracia y los derechos humanos de manera selectiva, cayendo en la más grande incoherencia con lo que ha profesado toda su vida política.
En los días oscuros del rampante imperialismo norteamericano, se le preguntó al presidente Roosevelt, por qué EE.UU. defendía un a dictador H.P. como Somoza en Nicaragua y su respuesta fue que si bien era un H.P., era “nuestro H.P”. Esa misma incoherencia estamos viendo en nuestro continente. Presidentes demócratas como Petro y Lula, que se han proclamado defensores de la democracia y de los derechos humanos en sus países y en terceros países, hoy callan asumiendo una actitud similar a la Roosevelt, solo por su cercanía con el dictador.
Solo se le pide al gobierno coherencia con sus convicciones. Esa coherencia que lo llevó a condenar el acuerdo con los “paras” en el gobierno Uribe mientras que hoy se sienta con sus herederos, el Clan del Golfo.
Esa coherencia que llevó a pronunciarse cuando el congreso destituyó a Castillo en Perú, y que lo ha llevado a romper relaciones con Israel, que la considera una nación que viola los derechos humanos. Se le pide al gobierno coherencia con sus principios, de lo contrario iremos transitando por un camino lleno de incertidumbre sin saber a qué atenernos.