Nunca antes en nuestra historia había sido tan cierto que “cada alcalde manda en su pueblo”. En virtud a la manera como el Gobierno Nacional ha manejado la pandemia en cada municipio de Colombia - en la mayoría de los casos sin la idoneidad necesaria - los alcaldes imponen toda suerte de restricciones arbitrarias sin tener la más remota idea si esas restricciones tendrán el efecto de minimizar el riesgo de la población, pero con la certeza que afectará de manera grave la actividad económica. Terminada la cuarentena general (entre las más largas del mundo) se les dejo a los alcaldes la atribución de regular la actividad económica e imponer sus cuarentenas particulares. Con fórmulas como el pico y cédula, el pico y género, el toque de queda, los protocolos de bioseguridad inventados, lo alcaldes de muchos muchos municipios están retrasando la posibilidad de una pronta recuperación económica.
Este “federalismo” podría ser un viento fresco y una gran noticia en un país que se ha caracterizado por su excesivo centralismo. Desde la Constitución del 81 el país se volcó hacia un centralismo que reside 2.600 metros más cerca de las estrellas. Ciento veinte años después los avances en dar un respiro a la regiones se ha manifestado en elección de alcaldes y gobernadores que antes eran nombrados a dedo, pero sin presupuesto diferente a rentas pingues de licor y el tabaco, y unas regalías en “constante evolución”. Este ensayo bien intencionado no ha provocado una verdadera descentralización, sino que ha traído en muchas regiones problemas de corrupción y el dominio de castas y carteles políticos que tienen a las regiones en la absoluta miseria.
Con esos antecedentes de centralismo fuimos lanzados a un federalismo que empoderó a alcaldes y gobernadores, pero no para impulsar la economía sino para atajarla. A diferencia de la constitución de 1863 que convirtió al país en una federación de nueve estados independientes y federados alrededor de los Estado Unidos de Colombia y que a pesar de las múltiples guerras civiles del período en que estuvo vigente trajo progreso a las regiones, este ensayo de federalismo eunuco que nos han impuesto por la vía de decreto trae pocas consecuencias favorables. Ahora el Gobierno Nacional culpa a la alcaldesa de Bogotá por las altas tasas de desempleo de la ciudad (26% comparado con 20% nacional) mientras la alcaldesa culpa al gobierno y lo cierto es que la culpa la tuvo el experimento.
Pero si el Gobierno Nacional está comprometido y cree en empoderar a alcaldes y gobernadores esta crisis en una buena oportunidad. Una recuperación plena con regiones capaces de gestión y con presupuestos sería una recuperación más rápida y duradera, pero ello solo será posible de mano de una reforma a fondo que fortalezca política y económicamente a las regiones y siente las bases para poner fin a esas castas locales que heredan alcaldías y gobernaciones como si la política se tratará de un negocio particular. En esta autonomía temporal de la pandemia ya hay más de ocho gobernadores y 30 alcaldes investigados por malos manejos y estoy seguro que la cuenta seguirá subiendo.
Lo recomendable es que mientras se da un federalismo serio el Gobierno Nacional recobre funciones y acabe de una vez por todas con los dictadorcitos locales, antes de que hagan más daño con medidas arbitrarias y contratos amañados.