Los Brics: el nuevo blanco de Trump
Desde su irrupción en la escena global, los Brics -acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, al que recientemente se han sumado Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos- han suscitado fascinación, escepticismo y preocupación. Pero en el universo de Donald Trump, ese conglomerado es algo más: una amenaza directa al orden que Estados Unidos ha dominado durante casi un siglo. Su retórica incendiaria contra el grupo, más allá del estilo provocador que lo caracteriza, responde a causas estructurales, geopolíticas y económicas profundas.
Trump, con su visión transaccional del mundo, percibe a los Brics no como una agrupación multilateral que busca mayor equilibrio global, sino como un bloque antioccidental que desafía la supremacía estadounidense. Y no le falta razón en parte. Desde su fundación, los Brics han impulsado una arquitectura financiera paralela -el Nuevo Banco de Desarrollo, el impulso a monedas propias en el comercio bilateral, y últimamente, un coqueteo con una divisa común- que busca reducir la dependencia del dólar, piedra angular del poder económico de Estados Unidos. Para un presidente que ha defendido el dólar como arma y símbolo de soberanía, esto no es un matiz técnico: es una herejía.
A este desdén monetario se suma el malestar comercial. China, miembro clave del grupo, fue blanco constante de los ataques de Trump durante su presidencia. Pero lo que más le irrita no es solo el superávit comercial chino, sino la creciente sintonía entre Pekín y Moscú dentro del grupo, un eje que busca diluir la influencia occidental en organismos internacionales, promover un “sur global” con voz propia y reconfigurar las reglas del juego global.
Trump también desconfía del relato político que acompaña a los Brics. Mientras que Estados Unidos promueve un discurso basado en “democracia liberal y libre mercado” -aunque no siempre lo aplique con coherencia- los Brics se presentan como una alternativa pluralista, donde caben diferentes formas de gobierno todos unidos por un punto en común: la resistencia a un orden unipolar.
Además, el creciente interés de países latinoamericanos, africanos y asiáticos por adherirse a los Brics irrita a Trump, que durante su mandato mostró desprecio por muchos de estos países y por el multilateralismo en general. El atractivo del grupo es, en parte, un rechazo a esa actitud. Cuando naciones como Argentina (durante el gobierno de Fernández) expresaron interés en unirse, lo hicieron también como un acto simbólico de alejamiento de una geopolítica subordinada.
Para Colombia, este escenario abre una pregunta estratégica: ¿conviene acercarse a los Brics? La tentación de diversificar alianzas, atraer financiamiento alternativo y participar en la redefinición del orden global es comprensible. Pero hacerlo implicaría un cambio sustancial en su alineamiento histórico con Estados Unidos. Washington podría interpretar ese giro como una ruptura de confianza, con efectos en cooperación militar, comercial y diplomática. Y más aún si el retorno de Trump a la presidencia se convierte en realidad.
Los Brics no son todavía una alianza cohesionada ni una alternativa sistémica a Occidente. Pero su crecimiento y ambición bastan para inquietar a quienes ven el mundo en términos de hegemonía. Para Trump, los Brics no son una curiosidad del sistema internacional: son un espejo incómodo que refleja el declive relativo del poder estadounidense. Y para países como Colombia, la pregunta no es si el espejo incomoda, sino si queremos reflejarnos en él.