Minorías y cacicazgos
Colombia entró de lleno a un nuevo proceso electoral y de todas las esquinas y de todos los egos saltan las más variadas y pintorescas candidaturas presidenciales que solo demuestran la falta de liderazgo que hay en el país y la enorme fragilidad del sistema político y de en general de nuestra democracia.
La mitad del país no participa de los proceso electorales y agobiados en el día a día de su supervivencia ven pasar los acontecimientos políticos convencidos que no importa quien gane su condición personal permanecerá igual sino peor que la que tenía. Las cifras no mienten; en las pasadas elecciones presidenciales en la primera vuelta se abstuvieron de votar 48% de los posibles electores, mientras que, en la segunda vuelta, en la cual supuestamente salió a votar el pueblo masivamente, la abstención fue de 41,83%. Ni qué hablar del Congreso, instancia más directa de la democracia ya que son elegidos mayoritariamente por sus regiones, lo que debería propiciar mayor afluencia de votantes en la elección al congreso de 2022 el abstencionismo fue de 54%.
Estas cifras lo que nos indican es que en materia de Gobierno la decisión la toma tan solo la mitad del país y la pregunta que sigue es si esa mitad tiene una formación política sólida que los induzca a participar, al menos con su voto en las contiendas electorales. La primera expresión de la debilidad de la democracia, los liderazgos y los partidos políticos son las cifras de las elecciones al Senado de la República, y digo el Senado pues los senadores son elegidos por circunscripción nacional. El único partido que se presentó con lista cerrada y única fue el que respaldo el presidente Petro, que obtuvo 16,5% del total de votos, esto es algo más de 9% del total de colombianos habilitados para votar, mientras que los demás candidatos se presentaron en listas abiertas y empresas electorales unipersonales, siendo la mayor votación la de Miguel Uribe con 223.000 votos que representó 1,28% de los votos y 0,5% de los votos posibles. Los demás senadores elegidos van de ahí para abajo. El presiente Petro, por su lado, fue elegido con 28% de los votos posibles.
Claramente estas cifras muestran que la representación tanto en el Congreso como en la Presidencia son de una minoría que se mueve electoralmente por promesa populistas y simplemente mediante la compra de votos. En medio de esta realidad desde luego florecen pretensiones presidenciales al por mayor y se fortalecen los cacicazgos consolidados. Cuando en un proceso electoral se presentan más de 40 candidatos presidenciales es que no hay liderazgos sino egos personales que invierten millones de pesos por verse reflejados en un titular de prensa y para poder negociar unos puestos o contratos en el gobierno triunfante. Y paralelo a esta triste realidad, dos cacicazgos que agrupan cada uno más o menos 25% de los votos, o sea menos de 12% del potencial electoral, estos son los de Álvaro Uribe y Petro.
En este escenario nos aventuramos a un nuevo proceso electoral que llevará a la Presidencia a un representante de uno de esos dos cacicazgos (el que diga Petro o él que diga Uribe) y al Congreso caciquitos o dueños de cotos electorales, pero no es dable pensar en un nuevo mandato que supere la enorme crisis en que se encuentra la nación. El país necesita un liderazgo claro que alrededor de un partido fuerte diseñe un rumbo claro para los próximos 20 años.