Paseo navideño
Esta época de fiestas navideñas es ocasión perfecta para salir a pasear por Colombia y disfrutar su infraestructura vial. Hay tres tipos de carreteras que los turistas pueden utilizar para conocer el país; las malas, las más malas y las pésimas y en ellas lo que el viajero experimenta es una verdadera oferta de turismo de aventura.
Una vez empacados con sanduches para el camino y el equipaje de tierra caliente, el primer reto es salir de la ciudad. Eso que los expertos llaman “la última milla”. Lo más probable en el caso de una familia bogotana es que salga bien por la autopista norte, por la autopista sur o por la calle 80 o autopista a Medellín que son las únicas tres rutas de evacuación que tiene una ciudad de más de 8 millones de habitantes.
Ahí viene la primera aventura, pues como bien saben los bogotanos las autopistas no son autopistas, sino vías urbanas con la base asfáltica deteriorada vendedores en cada trancón, ¡y cómo no!, el ocasional pinchador de llantas mediante el ya célebre tubito que desocupa el aire del neumático en segundos.
Surtido el cambio de llanta con la ayuda “desinteresada” de un motociclista que de forma espontánea para a ayudar en esta labor, conduciendo después a la víctima a un montallantas que casualmente está a la vuelta de la esquina y donde prestan un magnífico servicio a precios exorbitantes. Pero nuestros viajeros son resilientes y después de esta aventura emprenden nuevamente su travesía.
Por fin fuera de la ciudad y con oportunidad de recuperar el tiempo perdido. Y cuando ya se está haciendo ilusiones viene un segundo trancón en el primer peaje que sigue siendo manual, a pesar de todos los anuncios oficiales de automatización.
Resignado el padre de familia reflexiona que este inconveniente es necesario para que existan los fondos necesarios para mantener la vía en perfecto estado. A estas alturas y apenas en las goteras de la ciudad el niño ya está llorando y la señora tiene necesidad de ir al baño. Que se aguante y tal vez se puede para en el camino a comprar un pandeyuca y pedir el baño prestado.
Felices, con ventanas abiertas para disfrutar del aire cálido de los diciembres, el hábil conductor acelera su vehículo y sin darse cuenta cae en el primer hueco que por fortuna no le provoca otra pinchada, pero sí le alcanzó a dañar el rin. Pero qué caray, lo importante es disfrutar el viaje.
No han pasado más de tres kilómetros en los cuales el conductor ya alertado logra esquivar cientos de huecos evitando a la vez que esos giros repentinos provoquen un accidente y encuentra el primer retén de la policía vial.
“Buenos días, señor sus papeles”, saluda el amable agente, quien 15 minutos después y habiendo comprobado que todo está bien le desea buen viaje a la familia, que ya casi está al borde de un ataque de nervios.
Repentinamente nuestros viajeros encuentran un tramo de carretera en perfecto estado debidamente delineado, sin saber que esta maravilla anuncia otro peaje igual de congestionado. Resignados pagan el impuesto y continúan, el optimismo mermado para encontrarse al poco rato con el tráfico totalmente quieto.
El padre de familia se baja del auto y se entera que hay un bloqueo de los habitantes del siguiente pueblo que protestan por algún motivo menor. Siendo que eso puede ser para largo, la familia decide dar la vuelta, parar en algún potrero cercano comerse los fiambres, aliviar sus necesidades y resignarse.
Vive Colombia viaja por ella.