Hay dos aspectos que resaltan de las recientes acciones del Gobierno y que no son nuevas en la historia de Colombia y que, por el contrario, parecen ser fenómenos recurrentes, solo que en esta ocasión parecen exacerbados.
Se trata en primera instancia de la convicción casi que alucinante de que por medio de un decreto o una ley las cosas suceden por arte de alguna magia, y segundo que mucho va de la intención de hacer que las cosas a que estas se sucedan.
Estos dos fenómenos que suceden no solo en Colombia, sino que se repiten en toda la América Latina, son según Mauricio García Villegas en su excelente libro “El Viejo Malestar del Nuevo Mundo”, herencias culturales de una España barroca de los siglos XVI y XVII.
Sea herencia colonial o invención criolla, lo cierto es que de manera reiterada el país cae en la trampa del decreto (o ley). Hemos visto en días pasados dos ejemplos clásicos. Colombia, se ha dicho hasta la saciedad, es, sino el más, uno de los países más desiguales del planeta y la solución a esa problemática que puede ser origen de confrontaciones sociales y un atropello contra la ética social, no son una serie de políticas complejas que pasan por transformaciones educativas como ecualizador de toda sociedad, de políticas macroeconómicas y planes sociales de mediano y largo plazo que requieren estudio y tiempo.
No, la solución a tan aberrante realidad es crear un Ministerio de la Igualdad, que se logra en tan solo un semestre y resuelto el problema. Oyendo a quien en una entrevista presentaban como el “arquitecto” de esta genialidad, argumentaba que la sola persistencia de la desigualdad justificaba con creces la existencia de este nuevo andamiaje burocrático.
Otra modalidad de esta manía es la paz total. Decretase que se acabó el conflicto con el ELN, las Disidencias, los grupos paramilitares y la delincuencia común y para ello cesa toda hostilidad hacia estos amigos de la paz que esperaban la graciosa oportunidad de enmendar el curso de sus vidas par ser adalides de la nueva república.
Ese mero acto es suficiente para lograr la paz total y no hay necesidad de ahondar en los intereses económicos que se esconden (no muy disimuladamente) detrás del accionar de estos grupos o de la dinámica que genera el accionar de estos angelitos sobre las comunidades.
Igualmente, ¡No! Como sé parte de la tesis, que el surgimiento y razón única de todas estas manifestaciones violentas son la pobreza y la desigualdad, tanto el Ministerio de la Igualdad como una política de subsidios a los sectores más vulnerables ponen fin a las causas de la violencia y para ello ya se emitieron los decretos correspondientes y se tramitaron las leyes necesarias. Estamos en las puertas de un país pacificado.
El segundo tema que nos sume en el atraso permanente es la incapacidad de hacer que las cosas se sucedan. Una vez realizado el milagro del decreto (o ley) se agotan las fuerzas y desfallece la administración ya que se supone que el asunto ya fue resuelto y ello se vuelve más crítico cuando desaparece la tecnocracia de la administración pública y se ideologizan las tareas y eso es lo que estamos viendo.
Un viejo y curtido líder sindical es el llamado al administrar el sistema de pensiones, un tema eminente técnico, mientras la ideología maneja la transición energética; un tema aún más técnico. Y así las cosas, nada sucede, mientras los problemas se acumulan y se agudizan y el país se sume en la incertidumbre.