Por qué llora Alice
En las últimas semanas estuve compartiendo con distintas personas durante la segunda ronda presencial de mi maestría; un segundo módulo enriquecedor en donde hicimos una inmersión en distintos temas relacionados con mercados de petróleo y energía eléctrica, fundamentales del gas, carbón, LNG, entre otros.
El nuestro es un grupo variado, con estudiantes procedentes de diferentes países como por ejemplo India, Australia, Noruega, Francia, España, Brasil, Rusia, Ucrania y China. Y de África, hay compañeros que vienen de Suráfrica, Guinea, Zambia, y está Alice, que viene de Ruanda.
Alice es una joven abogada, cuyas intervenciones siempre enriquecen las discusiones y la conversación de las conferencias. Habla perfecto inglés y francés y desde que la conocí quise saber más de su historia, pues la pasión en sus intervenciones y la forma de cuestionar la visión unilateral de la transición energética resuena con mis opiniones.
Cada vez que un profesor ponía de ejemplo a África, ella fruncía el ceño. Queriendo entender cuál era su molestia la abordé, me dijo que le frustraba ver cómo un recinto educado se refería a África como si fuera un bloque homogéneo, una especie de país al que podía recomendársele qué hacer.
Y tiene razón, tendemos a generalizar olvidando que África es un vasto continente, con una población de 1,4 billones de personas, en donde se hablan más de 2000 lenguas, y el cuál se espera que casi duplique su población en 2050 a cerca de 2,5 billones; siendo así el continente que más crecerá en las próximas décadas. África es un gigante despertando.
Para 2023, se estima que uno de cada tres niños que nacen en el mundo, nacerán en África. Este crecimiento de la población implicará una búsqueda de mejorar las condiciones de vida, y esto indiscutiblemente pasa por la necesidad de propender por el crecimiento económico, el cual está estrechamente ligado a un aumento en el consumo de energía.
Si pensamos que el desarrollo es como un tren, este tren tiene un vagón de bienestar y vagones “upgrade” que en países desarrollados pueden ser varios. En este caso, estas nuevas generaciones de países en desarrollo quieren y tienen el derecho de buscar ingresar al vagón del bienestar, y los que ya están en él quieren al menos un “upgrade”.
Por eso pareciera que para los países desarrollados es fácil hablar de decrecer, porque decrecer para ellos significa renunciar al upgrade de vagón, pero nunca renunciar al del bienestar. Y en esto Alice encontró una profunda contradicción.
¿Por qué entonces quienes están importando recursos fósiles, incluso de algunos países africanos como Algeria, están restringiendo la posibilidad de que continúen desarrollando sus recursos energéticos mientras al mismo tiempo avanzan en la transición? la respuesta no fue alentadora y Alice lloró, lloró desesperanzada por el futuro del continente africano.
Es que ningún país de África está pensando decrecer, más bien todo lo contrario, por eso su llanto de frustración por esa nueva especie de dependencia verde, cuyos beneficios aún están por verse, en un continente que aún carga con dolor el recuerdo del colonialismo que paradójicamente sí explotó a tope sus recursos. Yo solo pude mirarla y sentir que la entendía sin entenderla e intentar aterrizar toda esa reflexión de lo que sería para Colombia ese futuro.