Volver a la leña
Hay dos acontecimientos históricos que aceleraron la búsqueda de una transición energética que permitiera al sistema diversificar los combustibles fósiles. El primero fue la crisis petrolera de la década de 1970, el cual tuvo un profundo impacto en la economía global (algo muy parecido a lo que sucede hoy).
El segundo fue cuando comenzó a develarse el impacto de la actividad humana en el medio ambiente; si bien esta conciencia comenzó a desarrollarse en la década de 1980, esta no comenzó a materializarse en acciones concretas hasta 1992 cuando se creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc).
En la actualidad, esa transición global se encuentra en una etapa temprana, pues a pesar de que llevamos ya décadas en este camino, no hay realmente un avance significativo. Esto se sustenta revisando el dato de 1990, cuando los combustibles fósiles suplían el 91,3 % de la demanda de energía primaria versus el de 2017 que fue de 90,4 %.
La verdad es que en cinco años, este panorama no ha cambiado mucho. Al respecto asevera Vaclav Smil que los historiadores de energía no se sorprenden con este ritmo, pues la misma historia nos demuestra que las fuentes dominantes de energía no son desplazadas ni rápidamente, ni en cortos periodos de tiempo (transición no es disrupción).
También nos indica el autor preferido de Bill Gates, que, a diferencia de las transiciones anteriores, la actual está sustentanda en una búsqueda por la descarbonización, es decir, reducir o eliminar los gases de efecto invernadero del sistema energético y productivo para prevenir el cambio climático.
Y es que en esta historia, las malas son las emisiones, por eso es tan relevante hablar de descarbonización. Cabe resaltar que si esta no se da a una escala global, bien podría un país como Colombia dejar de producir combustibles fósiles, y esto no tendría mayor impacto, mientras el resto sigan en el mismo ritmo de emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI).
Es que ni siquiera un país con verdadero peso de aporte a las emisiones globales, haría por sí solo la diferencia. Diferencia sí harían países como China, que desde 1990 ha cuadruplicado su uso de energía fósil para satisfacer la demanda de más de un billón de habitantes, e India que en el mismo camino de crecimiento y desarrollo, no se queda atrás.
Para un país como Colombia, considerando que la deforestación afecta extraordinariamente al cambio climático, una verdadera opción de compromiso en la acción y agenda climática mundial, sería poner los mayores esfuerzos y recursos posibles en la lucha contra la deforestación, la cual es la mayor fuente de emisiones de GEI del país (33 %).
En este sentido hay una oportunidad para liderar esta lucha, y ejercer liderazgo en América Latina, pues Brasil, que en 2009 hizo de la reducción en la deforestación el centro de su política climática, siendo el ejemplo modelo, en 2022 tuvo el peor índice de los últimos 15 años, perdiendo su posición.
Adicionalmente, implementar una política prohibitiva contra los combustibles fósiles, incrementaría la tala de árboles por leña, pues la pérdida de autosuficiencia aumentaría costos de los energéticos, y en un país con tantas necesidades sociales, la decisión racional será pagar por comida y en cuanto energía, si no hay con qué, volver a la leña.