El desafío más importante de 2021 es que los niños y jóvenes vuelvan al colegio. De todos los retos que plantea el nuevo pico de la pandemia y lo que será un largo proceso de vacunación, el más sensible es evitar las consecuencias para la sociedad de que millones de niños y jóvenes cumplan ya casi un año sin ir al colegio con regularidad.
Lo advierte muy bien Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, a través de una declaración en los primeros días del año: “Aunque existen pruebas contundentes acerca de los efectos del cierre de las escuelas sobre los niños y cada vez hay más evidencia de que las escuelas no son la causa de la pandemia, en muchos países se ha optado por mantener las escuelas cerradas y algunas no abren desde hace casi un año”.
La dimensión del problema no es menor, de acuerdo con un informe de Unicef y Pnud sobre el covid-19 y la educación primaria y secundaria en América Latina y el Caribe, publicado a finales de 2020, en Colombia hasta esa fecha se habían afectado cerca de 10,5 millones de niños y jóvenes de preescolar, primaria y secundaria por el cierre de instituciones educativas.
La realidad es que en un país como Colombia no son pocos los desafíos de la educación virtual. La Encuesta de Calidad de Vida del Dane señala que en 2018 solo 28,8% de los hogares tenía computador portátil y 20,6% uno de escritorio. En enero de 2020, solo 69% de los hogares tenía algún tipo de conexión a internet.
Más allá de las barreras tecnológicas, lo que está en juego es la calidad de la educación. La nueva economía no solo requiere de habilidades básicas como leer, escribir o desarrollo de pensamiento matemático; cada vez son más valoradas las llamadas habilidades blandas como comunicación asertiva, sociabilidad, inteligencia emocional y adaptabilidad al cambio, todas éstas dejadas de lado por la virtualidad.
La presencialidad escolar no solo permite tener educación de mejor calidad, sino también suple necesidades alimentarias, permite identificar y reportar con mayor facilidad casos de violencia intrafamiliar, facilita el desarrollo socio emocional y libera tiempo de los cuidadores, que en la mayoría de los casos son mujeres que no han podido volver a trabajar.
Bien se ha documentado el impacto que tendría la desescolarización de la actual generación de niños y jóvenes. En los países de la Ocde, los ingresos para una persona aumentan en 7,5% por cada año adicional de estudios. De otro lado, la pérdida de medio año o un año pueden implicar una reducción de sus ingresos esperados entre 3,9% y 7,7% a lo largo de su vida.
La supervivencia escolar en Colombia, antes del covid-19, era muy baja: de 100, solo 56 obtenían bachillerato, de estos solo 22 ingresan a la universidad, y solo 13 obtienen un título. La deserción podría aumentar 50% por causa de la pandemia. Una pérdida de un tercio de la educación puede implicar, así mismo, una pérdida de 1,5% del PIB.
Los efectos son más pronunciados para los estudiantes que tienen entre 12-17 años, quienes tienen más probabilidades de abandonar definitivamente la educación. La Cepal y la OIT estiman que entre 100.000 y 300.000 niños y adolescentes de la región ingresarán al mercado laboral como consecuencia de la pandemia, dejando a un lado sus estudios.
No hay duda que el desafío más importante de 2021 es que los niños y jóvenes vuelvan al colegio. Ojalá así lo entiendan nuestros gobernantes nacionales y locales.