En medio de una de las coyunturas económicas más desafiantes que hayamos vivido jamás, reflejada tanto en el cierre de cientos de negocios como en las alarmantes cifras de desempleo, el Gobierno ha presentado la tan anunciada Ley de Emprendimiento. Un compendio de buenas intenciones que en algunos casos se queda corta ante las necesidades de las empresas emergentes y que aquí comentamos así sea de manera no exhaustiva.
Lo primero que hay que decir, es que resulta positivo que este proyecto le dé mayor coherencia al entramado institucional. Centralizar la administración y ejecución de los recursos del orden nacional para el emprendimiento en cabeza de iNNpulsa traerá beneficios: se reducirán costos administrativos y de funcionamiento, se podrán coordinar proyectos de mayor impacto con una mejor articulación y se racionalizarán los programas existentes.
Así mismo, el proyecto busca reducir costos de transacción y funcionamiento para las empresas al establecer tarifas diferenciales para los trámites Invima, tarifa reducida de impuesto departamental, contabilidad simplificada en razón del tamaño empresarial y la devolución de los saldos del IVA.
Sin embargo, es preocupante que el proyecto confunda fomento al desarrollo empresarial de las Mipyme con respaldo al emprendimiento. El apoyo que requiere un micronegocio tradicional es diferente al que necesitan empresas con potencial de crecimiento rápido. Y también hay distintos tipos de emprendimientos que requieren de apoyos diferenciados. Por eso, es importante que en la ley se hagan los ajustes necesarios para garantizar que se intervengan con herramientas adecuadas a cada clase de negocio.
Un buen ejemplo de la falta de un mejor criterio diferenciador se da en el tema de las compras públicas. Se tienen medidas para facilitar el acceso de las empresas más pequeñas a contratos estatales, pero poco o nada se hace para que aquellas que tienen nuevas tecnologías puedan acceder a aportar soluciones con sus empresas.
No todos los proyectos productivos ni los emprendimientos tienen las mismas necesidades o las mismas aptitudes de permanecer y aprovechar los movimientos del mercado. Si el diseño no es lo suficientemente preciso como para ajustar las medidas de vinculación a la realidad de la economía, el esfuerzo del proyecto dejará de ser para el crecimiento y pasará a ser un set de acciones paliativas.
Finalmente, este proyecto peca por centrarse excesivamente en emprendimientos jóvenes. Desconoce que, en realidad, los proyectos productivos con mayor vocación de éxito son aquellos realizados por personas entre los 35 y 45 años. Los emprendimientos exitosos son fruto de una serie de experiencias, tropiezos y acumulación de conocimiento y capital.
La Ley de Emprendimiento no es mala, pero tiene tres lunares: 1. No hay diferenciación en los instrumentos para apoyar los distintos problemas de las empresas. 2. Tiene un sesgo hacia el emprendimiento joven que niega la realidad de donde está concentrada la actividad empresarial más exitosa y 3. Se enfoca más en el diseño y organización institucional que en ventajas palpables para los empresarios.
Sin duda, tanto la reactivación económica como un empuje al desarrollo empresarial en nuestro país requerirán de medidas más contundentes.