La semana pasada se inició el intento de toma hostil de parte del Grupo Gilinsky a Nutresa, empresa insigne del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA). La oferta pública de adquisición (OPA) se dice que vino respaldada con todo y capital árabe y es 37,4% por encima del valor registrado en la Bolsa de Valores de Colombia (BVC) el día de la oferta.
No se pueden ignorar las implicaciones de esta operación, sea que se concrete o no. Es evidente que vulnera el llamado “enroque” del grupo empresarial más importante del país. El GEA representa el 4.6% del PIB de Colombia y está entrelazado con el desarrollo empresarial y económico de nuestro país.
Esta maniobra tiene cosas positivas. En primer lugar, demuestra que las empresas “made in Colombia” pueden atraer capital extranjero que las valora por encima del mercado nacional. Además, es positivo para los pensionados y accionistas que reciben un empujón al valor de una acción a todas luces subvalorada. También le da un cimbronazo a la BVC que parece en estado hibernante y, no menos importante, le puede traer 9 billones netos a nuestra economía.
La operación, que arrancó con la oferta de compra a Nutresa, puede generar un efecto dominó que desafía el sistema de control y gobierno corporativo de las sociedades anónimas del GEA que nació hace más de 30 años.
La historia es fascinante y la ironía es que precisamente en el origen del enroque del GEA se trató de proteger a la entonces Nacional de Chocolates, Cementos Argos y Suramericana de una toma hostil del temido Grupo Michelsen y otros que con ahorro del público se tomaban sociedades anónimas. Por eso, los antioqueños optaron por un sistema en el que las unas compraban acciones de las otras haciendo imposible romper la propiedad de lo que en su momento se llamó el “sindicato antioqueño’’.
Este modelo, más allá de defenderse -sin planearlo y aprovechando el buen momento del país-, creó las bases para el crecimiento y la internacionalización de Suramericana, Grupo Argos y Nutresa, entre otros. Hay que reconocer y aplaudir a los estrategas y gerentes que, usando la estructura del grupo, gobierno corporativo, sociedades anónimas, continuidad gerencial y no poca ambición, lograron unas historias de crecimiento empresarial que las sitúan entre las más importantes de América Latina.
Pero hace rato algunos miraban con preocupación la estructura del GEA. Pues, así como en su momento fue clave para defenderse de depredadores, parecía que el enroque podía limitar la inversión en ciertos activos específicos y el flujo de capital desde y hacia el grupo. Existía la pregunta de si atar el destino de una empresa de alimentos a otra de infraestructura, daría una ventaja clara. Esto se agudizaba con un entorno país crecientemente apretado en lo fiscal y cambiario y su efecto sobre las acciones.
Lo que es cierto es que la movida de Gilinsky, anclada en sus históricas peleas con el GEA, nos sacude con la posibilidad del fin de este enroque de décadas. De lo que pase con esta operación dependerá, entre otras cosas, el gobierno y ADN de las empresas del grupo, el valor de sus acciones en la bolsa, la responsabilidad corporativa e influencia política del conglomerado y su potencial de crecimiento como palanca fundamental del desarrollo empresarial de Colombia. Estaremos atentos. Qué gane Colombia.