El debate electoral tiene copada la agenda en Colombia, pero como ya es evidente que ninguna región del mundo se librará del impacto de la guerra en Ucrania, es hora de recocer que nuestro país sufrirá también sus efectos. Es una interesante lección para los economistas que con frecuencia creen que la política no afecta el comportamiento de variables críticas que definen el desarrollo de los países. La prueba es que ya se habla además de una guerra económica.
Es hora de empezar a discutir hechos que se derivan de la guerra y que pueden afectar la economía colombiana. La no compra del petróleo ruso por parte de Estados Unidos, cuando Rusia es el tercer mayor exportador del mundo, implicará que los precios internacionales del petróleo aumentarán aún más. Dada la composición de nuestra canasta exportadora esto se traduce en más dólares en el mercado de divisas en Colombia por lo que el dólar se depreciará. Frente a este hecho, se incentivarán las importaciones que se volverían más baratas lo que necesariamente conduciría a aumentar más aún nuestras compras en el exterior. Y como no tenemos oferta exportable...
Además, los países en disputa también son grandes exportadores de insumos para la producción del sector agropecuario colombiano. Esto es especialmente problemático, y como ya muchos lo han señalado, este efecto se sumará al alza de los precios de los productos provenientes de este sector. En primer lugar, nuestra producción agropecuaria no podrá tener precios que les permitan competir con alimentos importados que serán más baratos por la depreciación del dólar, así la inflación también los afecte.
En segundo lugar, el aumento de sus costos producto del aumento del precio de los insumos implicará una mayor inflación en la producción nacional de alimentos, lo que se convertirá en una barrera adicional para poder sustituir estas importaciones. Luego los productores de alimentos son especialmente vulnerables durante esta crisis. Los altos niveles de indigencia, pobreza y vulnerabilidad le pasarán unas altas cuentas de cobro a una población cuyos ingresos se destinan principalmente a este tipo de consumo.
Para pensar solo en la economía absolutamente afectada en sus cimientos hoy por la política mundial, la duda es que va a pasar con este modelo que puso precisamente en la globalización y específicamente en la premisa de exportar o morir, sus mayores esperanzas. Obviamente aun es muy pronto para especular porque mucho depende de la duración de este conflicto y de las decisiones que se tomen de lado y lado. Pero no sobra pensar si las consecuencias que ya se empiezan a sentir en el comercio mundial no obliguen de nuevo a volver a incentivar la producción interna, algo que de todas maneras ya estaba en la mitad del debate.
El presidente Joe Biden lo expresó claramente: producir internamente, apoyar sus mercados nacionales, es decir a asegurar una respuesta interna a ese consumo que mueve la economía norteamericana. Sin divisas no puede vivir un país en pleno siglo XXI, pero lo que puede cambiar es el costo de depender tanto de las importaciones en un mundo que resultó con mercados internacionales impredecibles, como los que estamos viviendo ahora. Candidatos digan algo porque este debate es impostergable.