+57 razones en defensa de la niñez
Imposible ser ajeno a la indignación que causó la reciente colaboración musical de artistas de género urbano, quienes lanzaron la canción ‘+57’, que exalta la cosificación de la mujer, en particular, el relato sobre una niña de sólo 14 años que escapa en la noche a una discoteca, describiendo abiertamente un ambiente explícito de drogas, exceso de licor y sexo.
Esto trae consecuencias perversas. Primero, reafirma el estereotipo colombiano negativo. Colocar como nombre de la canción, el indicativo del país, lo que hace es confirmar al extranjero, que Colombia es un destino de explotación sexual infantil y de consumo de drogas. Justamente contra lo que hemos luchado toda la vida o lo que debemos enfrentar entre pena, indignación y rabia, cuando viajamos al exterior.
Segundo, antepone la cultura narco -la misma de las novelas y sus “célebres” libretistas, que tanto daño han hecho a nuestra imagen-, a la cultura de la legalidad y la del dinero fácil a la del valor del trabajo. Además, lo hacen a través de un poderoso instrumento que influye psicológicamente por simple repetición: la música, multiplicado por la fuerte industria comercial del reguetón, orientada directamente al mercado de consumo juvenil.
Precisamente, la condición de niños y adolescentes delimita un periodo diferente al de la adultez, donde aún se está formando el criterio y la capacidad para diferenciar el alcance de los actos y el dominio de la voluntad frente al impulso. Este se ve agravado por el impacto que tienen estos contenidos en su proceso de madurez física y psicológica, especialmente en el respeto y cuidado de su cuerpo, entre otras cosas, para evitar sean fácilmente manipulados, engañados por buscar aceptación o finalmente, ser explotados sexualmente.
Tercero, lesiona y contradice los grandes esfuerzos que hacen familias, colegios y fundaciones para formar valores y proteger nuestros niños de estas narrativas, especialmente de aquellos que han sido víctimas del abuso sexual, en estos tiempos de relativismo, donde ahora lo bueno es malo y lo malo es bueno. Cualquier persona investida de autoridad, políticos, influenciadores y en general toda la sociedad, tienen la obligación moral por su condición, cargo o posición, de dar buen ejemplo y educar.
Pregunto a estos artistas con respeto, pero con la obligación que me asiste como padre de familia: ¿ustedes no son padres? ¿les gustaría que su hija o una familiar fuera una de las “fourteen” expuesta al sexo y a las drogas, como dice su canción? o ¿ser una de las tantas víctimas de explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes, contra las que autoridades luchan día a día, para controlar aquellos extranjeros que buscan jovencitas por US$100 o US$200, atraídos por la imagen que de Colombia, dejan letras como ‘+57’?
Qué alegría en cambio, cuando nos reconocen por la capacidad emprendedora, por artistas que promueven nuestros ritmos y cultura, o por esos deportistas que en una mezcla de carisma y esfuerzo logran convocar más de 12.000 ciclistas de todas las clases, como lo hizo Rigoberto Urán, impulsando la economía local desde el turismo deportivo y la gastronomía, y vaya aprendizaje, su mensaje es el mismo: estudien, trabajen y hagan deporte.
En la sociedad es imposible que no haya escándalos, pero es peor aún que los provoquemos o que los veamos a nuestro alrededor y no hagamos nada. Mucho más grave el escándalo que se permite con los niños, pues ellos están aprendiendo de los adultos, nos ven como su guía y protección. Carece de cualquier lógica, que quienes debemos protegerlos: legisladores, padres de familia, educadores y artistas, los expongamos, descuidemos o simplemente los ignoremos.