Liderazgo, propósito y bien común
Jorge Yarce, pionero del estudio del liderazgo trascendente en Colombia, reiteraba la importancia de ejercer la responsabilidad profesional con excelencia personal y propósito. Hace poco le citaba, cuando impartía una clase en la Escuela de Ingeniería de Antioquia, EIA, preguntándole a mis estudiantes cuál era su propósito. Unos respondieron que hacer dinero, otros el tener una gran empresa; les aclaré que ese podía ser un objetivo, porque cuando se habla de propósito, se trata de cómo se influye en el crecimiento de las personas, de transformar su realidad laboral y familiar, de orientarlas y ayudarlas a trascender sus vidas. El telos de Aristóteles: aquello en virtud de lo cual se hace algo, su finalidad e intención.
Se generó una interesante discusión sobre el punto medio donde se conciliaban objetivo y propósito. Finalmente, mis estudiantes comprendieron que ambos son compatibles, que el prestigio profesional hace parte de procurar una imagen ética, que inspire, y que un verdadero líder no es aquel que se sirve de los medios y beneficios con los que por fortuna creció o que con esfuerzo construyó, sino el que los pone en función de promover prosperidad para su entorno, para el prójimo o “próximo”, es decir, quienes tiene a su lado: sus más inmediatos colaboradores, sus empleados y equipo de trabajo.
De ahí el líder trascendente, con propósito y orientado al bien común. En momentos de crisis y de incertidumbre es donde brillan los líderes, en la medida que se constituyan en faros, en luces que en lo alto todos ven, referencian y siguen, los que trazan el camino.
Cuando el país se encuentra sumergido en un sinnúmero de escándalos y asuntos sin resolver, es urgente abrirle paso a quienes guíen y asuman con empeño las asignaturas pendientes de país: el desarrollo productivo sostenible, el crecimiento redistributivo basado en el libre mercado, la cuarta revolución industrial, un servicio de salud humanista, educación que forme el pensamiento crítico orientado a la solución de problemas y una seguridad que garantice efectivamente derechos y libertades públicas.
El riesgo ético más grave es la normalización de la vergüenza y la corrupción, que conlleva a que la ciudadanía se desentienda del control social de lo público. Cuando esto sucede, se deterioran los valores democráticos y las reglas mínimas para lograr la convivencia en sociedad, caemos fácilmente en la desilusión y nos limitamos al “diario”, a acciones mínimas que garanticen nuestra supervivencia individual, sin importarnos lo demás.
Por eso, ni timidez, ni actitudes tibias, pues también son formas de corrupción, son silencio, son omisión, hacen daño a los líderes emergentes. Estas actitudes son encarnadas generalmente en los que anquilosados en el poder o alguna figura de autoridad, no ceden, no escuchan, son tercos y esconden la frustración de que quienes con ética y rectitud de intención, procuran corregirles y enrutar, porque develan sus errores. Por ende, deben ser las instituciones, las empresas y universidades, esos entornos nacientes de la profesión, desde donde debemos hacer visibles aquellos líderes, que dan luces y esperanzas, por su ejemplo en la práctica de valores personales, familiares y corporativos.
Si bien venimos de una época donde tomó fuerza la tendencia de exaltar a quien se ufanaba de promover antivalores, atacando y ridiculizando al que hace el bien, convirtiéndolo en su antagonista, es responsabilidad de las figuras más influyentes en términos de formación de opinión y criterio ético: políticos, artistas, periodistas, empresarios, miembros de la Fuerza Pública, profesores o cualquiera a quien se le denomine autoridad en algún campo del conocimiento o profesión, de promover renovados liderazgos, que contribuyan a trazar como los arrieros, el camino inexplorado de la laboriosidad, de la formación de virtudes y del servicio.
La formación de líderes es una tarea inaplazable y urgente en la coyuntura de país. Yarce trazó los lineamientos para formar liderazgos con vocación trascendente y de servicio, basado en la inteligencia ética y el bien común. Así surgió el Instituto Latinoamericano de Liderazgo, ILL, en 1996, impulsando ahora sus labores desde Antioquia, procurando en jóvenes profesionales, con un renovado equipo de consultores, la misión de replicar esos conocimientos y “guiar a otros” en el seno de sus emprendimientos, empresas e instituciones, transformando las vidas de las miles de personas que en la cotidianidad buscan aprender, mejorar, crecer y finalmente trascender.