Analistas 27/10/2022

Almas grandes

César Mauricio Velásquez O.
Periodista y profesor universitario

El deportista profesional ambiciona ganar una medalla olímpica, tal como el escalador se esfuerza para llegar a la cima más alta. Ambas metas exigen preparación, riesgo y renuncias. Estas metas no se logran sin inteligencia, sin amor.

Pienso que este ejemplo se puede aplicar a la vida de las personas que en medio de este mundo fortalecen el alma, viven la caridad, el amor de Dios y sus deberes con la misma dedicación del deportista profesional, con la misma ambición de ganar una medalla olímpica, esto se puede asimilar a la busqueda de la máxima caridad.

En Colombia, dos mujeres han abierto el camino olímpico de la santidad. La madre Laura, santa Laura y ahora la madre María Berenice Duque Hencker, declarada beata, el paso previo a ser santa. Las dos amaron a Dios y al prójimo con dedicación, con humildad y sin límite. Almas grandes.

Así vivió la beata María Berenice. De sus padres aprendió a querer y a servir sin egoísmo. Desde Salamina, Caldas, donde nació en 1898, fue creciendo en amor por la Eucaristía, la oración en diálogo con Dios y la devoción a Santa María, en especial en el momento de la Anunciación. En estos amores construyó su vida, descubrió la voluntad de Dios y se lanzó a servir a los más pobres y marginados por toda Colombia.

Buscando la manera de servir más y mejor fundó en 1943 la Congregación de las Hermanitas de la Anunciación; en 1957, el Instituto Misionero de las Hermanas Franciscanas de Jesús y de María, y en 1965, los Misioneros de la Anunciación. A todas las personas que llegaban a sus obras les ayudaba a valorar el amor a la Eucaristía, al Rosario y a los pobres de Jesús. No era una activista o lider social, era una mujer enamorada de Dios.

La nueva beata María Berenice sabía de las exigencias y dificultades de su camino. Diariamente, antes de ir a las calles a buscar a los más pobres o recibir en su casa a las niñas y niños abandonados, se metía en el Corazón de Jesús y de María. La santidad, decía ella, exige el don total, el martirio de amor para cumplir el deber de cada momento con el máximo amor. Una fidelidad absoluta y sonriente es la tela para cortar un santo. Y concluía: Recibe Jesús mio todas mis respiraciones, los latidos de mi corazón, todas las acciones de mi vida aún las más pequeñas. Recibe las lágrimas que derrame, las palabras que pronuncie y las que sacrifique.

Su mensaje llegó al corazón de miles de mujeres y hombre que a través de los últimos 80 años han descubierto su vocacioón religiosa y se han entregado a la atención de los más pobres, obreros y al cuidado de menores abandonados en la miseria, prostitución, delincuencia y drogas. Igual servicio prestan en la educación de los más pobres. Una labor que actualmente desempeñan en 15 países y de manera especial en Colombia.
Buena parte de su vida y obra la desplegó en la ciudad de Medellín, allí murió el 25 de julio de 1993, a los 95 años, tras 14 años de estar postrada en cama. Fue sepultada en la cripta de la casa principal de su comunidad en Medellín, donde reposa actualmente.

Hasta este sitio, en el 2005, llegó la noticia de la curación milagrosa de un joven, Sebastián Vásquez, que padecía una atrofia grave, pandisautonomía. Yo le pedía mucho a Dios, por intercesión de la madre María Berenice, mi curación. Pensaba en ella y pedia esa ayuda. Así, el lunes de Pascua, en semana santa de 2005, ocurrió el milagro.

“Con mis ojos cerrados le dije: Señor, gracias. Si es tu voluntad, dales vida a mis piernas y salud a mi cuerpo y, si no, déjame aquí, así como estoy, que hasta el momento he sido muy feliz y lo seguiré siendo. Y con mis ojos cerrados y sin darme cuenta, en ese momento di cuatro pasos hacia mi papá y nos abrazamos, caímos los dos al suelo, arrodillados”.

En pocas semanas recuperó la salud y así, sin ninguna explicación médica, Sebastián Vásquez creció y vivió 17 años más, pues murió el pasado 27 de septiembre, mientras se hacían los preparativos de la beatificación de María Berenice, la mediadora de su milagro.

La vida de la nueva beata, al ser reconocida por la Iglesia y puesta como ejemplo al pueblo cristiano, nos anima a seguir en esta lucha de la vida, sirviendo a los más necesitados y también nos recuerda que amar, sufrir, callar, sonreir por amor, es un buen camino posible de santidad al alcance de todos.

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