Analistas

Ganar, perder y convivir

César Mauricio Velásquez O.

No sobra recordar que el fútbol es un juego, no una cuestión de vida o muerte. Está bien sentir amor por un equipo, lo cual es fuente de alegrías y de identificación social, pero cuando se convierte en pretexto para la agresividad o en motivo de sufrimiento, es claro que le estamos dando al juego un lugar que no le corresponde. Un amor loco. Fanatismo.

Vivir así en el deporte, bien sea profesional o aficionado, hace difícil mantener la cordura cuando se pierde y también cuando se gana. La pasión del triunfo y la derrota pueden oscurecer la mente del competidor y del aficionado. Los discursos triunfalistas alimentan ilusiones, muchas veces irreales.

El fútbol puede generar toda clase de pasiones, desde las más nobles y fraternas, hasta las más bajas y violentas. Estos comportamientos pueden ser condicionados y alterados, en jugadores, dirigentes y aficionados a través de medios de comunicación y redes sociales, a veces con voces e imágenes de halago y otras con descalificaciones e insultos.

El mal perdedor, así como el mal ganador, son cultivadores de amarguras, envidias y odios. La máxima futbolera, atribuida al profesor Francisco Maturana: perder es ganar un poco, sólo se entiende con un mínimo de sabiduría popular. Es tener la humildad para reconocer los errores y disponerse a corregirlos. También es reconocer la virtud y méritos del adversario.

En contraste se podría decir que ganar es perder un poco, o mucho, cuando se juega sucio, con trampas y sin honestidad. El fin no justifica los medios. Lo que se gana -copas, medallas, primeros puestos, honores- puede ser resultado de un proceso sucio y deshonesto. Se gana sí, pero se pierde la integridad personal.

Entre el ganar y el perder; el triunfo y la derrota transcurre la vida deportiva y también la vida personal y social. Una mirada más alta, más rica, descubre la riqueza de espacios intermedios entre ganar y perder. Es tal vez la mirada que la vida cotidiana y política están evadiendo. Hoy todo parece antagónico, reducido al discurso bipolar, polarizado y maniqueo.

Las ideologías totalitarias han sembrado más odio, violencia y muerte. El encuentro personal y social es de crispación y el diálogo imposible. Los prejuicios, por ejemplo, cierran espacios de conversación en la esfera pública. El miedo a expresar las opiniones ha aumentado las distancias entre ciudadanos y el expresarlas con mentiras y rabia está aumentado la violencia.

No todo vale. Ni en el fútbol ni en la vida. La suma de talentos deportivos, el fair play, la alegría compartida de un triunfo y el saber resurgir después de una derrota, hacen parte de los buenos principios que podrían ayudar a recobrar confianza en la esfera pública. Un camino para llegar a acuerdos, libre de imposiciones ideológicas y seguro por su transparencia y sensatez.

Una apuesta por la cultura del encuentro y el diálogo fraterno supone un aprendizaje en la derrota y en el triunfo. En el reconocimiento de valores comunes, sin fanatismos ideológicos que terminan en violencia. Urge un proceso educativo que desde el deporte y la cultura contribuya a la comprensión, a la escucha y al encuentro ciudadano. Los grandes ideales y las causas comunes pueden contribuir en este ideal.

Descontaminar el espacio de participación democrática es un proceso pedagógico que supone aprender que la violencia, la trampa y la mentira no son medios para ganar dignidades, títulos o medallas. Son los valores sociales y comunes senda segura de desarrollo humano verdadero.

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