Médico y santo del pueblo
sábado, 1 de mayo de 2021
César Mauricio Velásquez O.
Son viejas y repetidas las luchas entre ricos y pobres, también las confrontaciones entre codiciosos, traidores y violentos. Basta recordar dos fratricidios: Caín contra su hermano Abel y Rómulo acabando con la vida de su mellizo, el legendario Remo. Es la historia de sangre que desde el inicio de la humanidad ha sembrado terror, dolor y miseria. Es claro que la violencia engendra nueva violencia. Y también está claro que todo lo que se logra por la fuerza es efímero.
En medio de este revoltijo de mentiras y manipulación, aparecen personas nobles, como buen contraste de clara luz que nos permite ver la bondad, la belleza y la grandeza del ser humano. Son vidas que influyen con virtud, transforman sociedades enteras y al morir dejan huella limpia que crece con el tiempo. Una persona así fue el llamado médico de los pobres, el profesor venezolano José Gregorio Hernández, nuevo beato en la historia de la Iglesia que, desde el día de su muerte en junio de 1919, está más activo y presente, respondiendo a quienes lo buscan y llaman. Gracias a su intercesión -sólo Dios puede hacer milagros- miles de personas han recuperado la salud del cuerpo y del alma. Desde la medicina y su especialización en bacteriología, el doctor Hernández, enfrentó y superó la vieja discusión entre razón y fe o entre ciencia y creencias religiosas. En la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, luego en estudios avanzados en París, en el laboratorio de histología de Mathias Duval y más adelante en bacteriología en Berlín, descubrió caminos de armonía entre el avance de la ciencia y su amor a Dios que iba creciendo a través del servicio a los demás, la oración y la misa diaria.
La búsqueda de la verdad y del sentido de la vida le llevó a progresar en sus estudios de medicina y luego a renunciar a todo y explorar su vocación religiosa en Italia, sin éxito y más adelante la vocación sacerdotal, también sin éxito. Ayudado por su director espiritual redescubrió su vocación y entrega a Dios a través del ejercicio profesional de la medicina, docencia y investigación y así lo asumió y vivió hasta la muerte. Su formación científica, así como su intensa vida de oración, lo llevaron a tener un cariño por los enfermos y en especial por los más pobres. Con frecuencia se le veía caminando de un lado a otro de Caracas. Elegante, de traje oscuro, sombreo, inconfundible bigote y un pequeño maletín. Su foto es de las más difundidas en la historia de Venezuela.
Al morir, atropellado por un automóvil, su fama de santidad creció desde los barrios más pobres hasta las aulas universitarias y hospitales. Su proceso de canonización se abrió espacio en la vida de los laicos en medio del mundo. Son miles de favores y curaciones milagrosas que la ciencia no puede certificar, pero que han sucedido. Uno de estos hechos es el milagro que el Papa Francisco aprobó para declarar beato a José Gregorio. Fue la curación de la niña Yaxury Solórzano, quien en 2017 recibió un tiro en la cabeza, cuando robaban la moto de su padre. La bala le destruyó parte de la masa encefálica, pero 20 días después, sin explicación médica, salió caminando y en buenas condiciones del hospital.
Un milagro en el que se anticipa la primacía de la justicia y la esperanza, el consuelo de Dios, a través de personas generosas y rectas, sembradores de paz y hoy, ante la pandemia y sufrimiento, mediadores de nueva gracia y fortaleza. El nuevo beato, en palabras del Papa Francisco, estimula al pueblo de Venezuela a crecer en solidaridad, proteger el bien común y alcanzar la unidad nacional.