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Un minuto desde Roma | ¿Para qué sirven las pruebas Icfes?

César Mauricio Velásquez O.

Ingresar a la universidad en tiempos de pandemia sin presentar el examen Icfes, hoy pruebas Saber 11, ha sido posible para miles de estudiantes. Por cuenta del virus este instrumento evaluativo de la educación secundaria quedó a un lado y las universidades optaron por otros mecanismos de selección y admisión.

Esta situación, igual en otros países que evalúan a los bachilleres antes de ir a la universidad, despierta el debate sobre su existencia, objetivos y contenidos, que por más de 40 años han pretendido medir lo que se enseña y lo que se aprende en los colegios del país. Sus puntajes, muchas veces sin más consideraciones, determinan el ranking de los mejores.

Es buen momento para evaluar el contenido y estructura de estas pruebas. El esfuerzo por estimular y evaluar las habilidades cognitivas de los estudiantes, así como lectura, escritura, análisis crítico y razonamiento cuantitativo, por ejemplo, podrían ser de más utilidad en estos exámenes y en los procesos de selección de universidades e institutos.

Lástima que la prueba, diseñada para responder en ocho horas, no incluya una sesión de oratoria y comunicación. El presente y futuro exige buenas relaciones interpersonales. El bachillerato debe estar orientado al conocimiento y estudio de la lengua materna, luego otras, como el inglés. Por ejemplo, una mínima prueba de evaluación oral sería conjugar correctamente el verbo haber en todos los tiempos.

Si el resultado de las pruebas Saber no son pre requisito para el ingreso a la universidad, puede ser oportuno pensar y definir otros indicadores y condiciones que ayuden a la orientación profesional de los estudiantes y a la medición de calidad de los colegios. Por su puesto, esto supone repensar los campos de conocimiento, desarrollo de habilidades, idoneidad de los docentes, compromiso y protagonismo de los padres en el proceso educativo y en el ambiente social y cultural en las escuelas y colegios.

Estos factores ayudarían en el proceso formativo y en respuesta a las criticas al sistema educativo. En este sentido, la pandemia también nos está indicando que la simple conexión a internet, las aulas virtuales y demás procesos online no alcanzan a llenar el vacío y necesidad de relación y convivencia de niños y jóvenes. La conectividad no es la redención de la docencia, menos del proceso formativo que debe protagonizar la familia y el colegio.

Si las pruebas Saber son sustituidas por mecanismos propios de admisión, la reputación de las universidades acreditadas podría ser mayor y la selección más transparente, no dependiente de un resultado ni de la situación económica de la familia del bachiller.

No está bien que la reducción de aspirantes a las universidades termine en una carrera desenfrenada por matricular al que llega con buen puntaje y dinero. La orientación profesional, así como el acompañamiento vocacional deben ser parte del empeño entre colegios y educación superior, entre profesores y padres de familia.

Lo experimentado en tiempos de pandemia debilita la norma gubernamental sobre la obligatoriedad de las pruebas Saber, abre la discusión sobre sus objetivos y contenidos e invita a revisar los medidores de calidad de la educación secundaria y superior, así como los procesos formativos que van más allá de la informática y el inglés.

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