Analistas 06/05/2022

¿Cómo lo saben?

Ciro Gómez Ardila
Profesor de Inalde Business School

Imagine que en una noche oscura está con unas personas que tienen que atravesar un peligroso terreno pantanoso completamente desconocido para todos. De pronto, alguien afirma con voz recia y segura: “Es por aquí”. Como usted reconoce los peligros que hay en equivocarse, lo primero que pensaría sería: “¿Y cómo lo sabe?”.

Creo que esto se parece a lo que nos sucede con todos los que afirman saber con gran seguridad qué es lo que debemos hacer para afrontar el futuro, cómo somos, qué necesitamos, qué nos conviene. Nuevamente, ¿cómo lo saben?

Lea usted un libro de algún autor clásico, vea la charla de algún filósofo o escritor, y notará que no dudan, solo afirman. Incluso, en el terreno de la ciencia, es frecuente encontrar en los artículos científicos frases como “tal investigador demostró que…”; ¿demostró? ¿Cómo es eso posible? Y lo peor de todo es que muchas de esas ‘demostraciones’ se basan en encuestas o experimentos de laboratorio con muestras pequeñas, en contextos muy concretos. No digo que no tengan valor, que no aporten, pero ¿demostraron, así de rotundo, sin vuelta atrás? Es como si nos olvidáramos de las tantísimas veces que, como humanidad, hemos creído saber algo para luego tener que echar para atrás.

Es muy distinta la actitud que tuvo Einstein. Su argumento fue un poco diferente, algo como: “creo que el espacio tiempo se curva por acción de la gravedad; de ser así, la luz de las estrellas al pasar cerca del Sol debería curvase. Propongo que en un eclipse comparemos la posición relativa de las estrellas; si estas no cambian, eso quiere decir que mi teoría está equivocada”, (y no que si se curvan la teoría estaría demostrada). ¡Qué diferencia! Dudar de nuestras propias afirmaciones, buscar activamente aquellas cosas que podrían contradecir lo que creemos, en lugar de buscar aquellas cosas que parecen confirmarlas.

Este es un mal que aqueja, también, a los políticos de todas partes, y probablemente por una razón lógica. Los políticos deben afirmar que saben lo que hay que hacer, que ellos lo harán y que la solución está al alcance de su mano; solo es necesario que los elijamos. Y claro, ¿quién va a votar por un político que dude, que no esté completamente seguro de lo que hay que hacer, que tenga una visión ponderada de la realidad, que nos diga que las cosas no pueden mejorar de un momento para otro, sino que tomarán tiempo, que hay que ir paso a paso y con paciencia?

No recuerdo si lo leí o alguien me lo dijo, pero la recomendación era votar justamente por ese tipo de candidato, por el que dijera: “no sé qué voy a hacer si me elijen”; ese, quizá sería el más honesto y el más capaz.
Volvamos a nuestro pantano. Ya no es una, sino son varias las voces que afirman saber por dónde hay que ir, pero cada una señala una dirección y un camino diferente. Ahora ni sabemos ellos cómo pueden estar tan seguros, ni sabemos quién tiene la razón. Quizá, si bajáramos un poco el tono y escucháramos argumentos y, sobre todo, si nos comprometiéramos a ir poco a poco evaluando los pasos que damos, con cautela, conocedores de la posibilidad de estar equivocados, podríamos avanzar y llegar a nuestro destino.

¿Será posible que en lugar de pedirles a nuestros intelectuales, científicos, gerentes y políticos que nos guíen con firmeza y voz de mando, nos permitamos tranquilizarnos, entender que el futuro es incierto, el camino accidentado y nuestra sabiduría reducida, en últimas, que en lugar de la arrogancia nos guíe la humildad?

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