Hay una noticia contradictoria: según una encuesta, somos el país más feliz del mundo, pero también, en este momento, somos de los más pesimistas. ¿Cómo se puede explicar esto?
Cuando hablo con amigos, veo las noticias, escucho la opinión de la gente en los medios, me sorprende ver que muchos dicen “el mundo está peor que nunca”, “cada vez hay más pobres”, “los pobres están cada vez más pobres”. Y me sorprende, porque cuando se va a los datos, lo que se encuentra es exactamente lo contrario, que estamos muy bien, incluso, mejor que nunca.
Antes de seguir adelante, vale la pena aclarar tres cosas:
Que estemos mejor que nunca no quiere decir que podamos decir que estamos bien.
Aunque estemos mal, es muy importante saber que estamos mejorando, no empeorando.
Que estemos mejorando no quiere decir que no podamos retroceder y empeorar.
Se puede discutir si 2019 fue el año en el que mejor ha estado la humanidad en su historia; hay quien afirma que así es, pero entiendo que son muchos los criterios y quizá no podremos ponernos de acuerdo en ello. Pero lo que sí parece indudable es que, si miramos con cierta distancia, el mundo, con algunos altibajos, está mucho mejor que hace veinte, cincuenta o cien años.
Aunque parezca raro, el porcentaje de pobres no ha hecho más que disminuir y a un ritmo acelerado. Una rápida búsqueda por cualquier base de datos sobre el tema lo demuestra. La esperanza de vida no hace más que aumentar, al punto de que en ciertos aspectos se ve como problema.
¿Quiere eso decir que estamos “bien”? No necesariamente; quizá solo sea que estamos “menos mal”; pero ese “menos” es muy valioso e importante. Naturalmente, hay todavía muchas personas que viven en condiciones inaceptables y dolorosas; lo diferente es que ahora son proporcionalmente muchas menos.
Si estamos “mal”, es muy importante saber si estamos mejorando o empeorando, si vamos por buen o mal camino. Y, nuevamente, los datos, las gráficas, muestran una tendencia hacia la mejoría, con algunos retrocesos, es verdad, cada tanto y en ciertos temas, pero vistos globalmente, vamos por una buena senda. ¿Se puede ir más rápido? Es una buena pregunta, pero que no invalida la dirección que llevamos.
Que vayamos por una buena senda no quiere decir que no podamos errar más adelante el camino. Y ese es un peligro muy real. De hecho, hay varias amenazas y muchos potenciales riesgos. Nada está asegurando, todo el progreso se puede perder en instantes.
¿Ser pesimistas, entonces? Ahí es justamente donde veo un peligro. Si no conocemos lo que tenemos, si no comprendemos lo que está pasando, si no valoramos lo logrado hasta ahora, es más fácil que lo perdamos. A diferencia de otras personas, creo que alarmar sobre lo mal que estamos con el fin de “corregir el rumbo” no es el camino correcto. Las informaciones deben ser verdaderas y analizadas con cuidado y sin intenciones ocultas, por buenas que estas sean.
El desencanto de lo que tenemos y hemos logrado como humanidad nos puede llevar a perderlo con facilidad. Reconocer y agradecer lo que se tiene no quiere decir que nos conformemos. La verdad es que el optimismo no es conformista, no lleva a la desidia ni significa indiferencia; en cambio el pesimismo, sí. Si somos pesimistas, ¿para qué luchar por mejorar? Quien solo ve cómo van mal y mal las cosas y mira el futuro con pesimismo, ¿con qué ánimos va a luchar por cambiar su entorno? Por el contrario, quien cree que hemos logrado mucho y sabe que aún falta bastante, pero que se pueden lograr cosas muy buenas en un futuro no muy lejano, se levanta en la mañana lleno de ánimo, no conforme, sino dispuesto a trabajar.
No alimentemos a nuestra juventud con mensajes dramáticos sobre un mundo que no existe, sino enseñémosle que hay cosas buenas, que estamos luchando por mejorarlas.