Me gusta invitar a la reflexión durante los primeros meses del año con un artículo optimista, pero ¿cómo hacerlo en un tiempo como este? ¿Pueden existir motivos para el optimismo e, incluso, para el agradecimiento? Creo que sí. Permítanme explicarles por qué.
Naturalmente, no es que no me parezca grave (y muy grave) los más de dos millones de muertes por covid que, sin importar la edad, considero siempre prematuras; o el gran sufrimiento que muchos han vivido. Todavía nos queda por delante superar una crisis económica que nos retrasará varios años en nuestras metas de superación de la pobreza. Nuestras vidas y nuestra estabilidad siguen estando amenazadas. Es muy grave, y sin embargo…
Sin embargo, el panorama hace un año era el siguiente: que la mayoría del género humano se infectaría y la tasa de mortalidad sería de 4%, lo que significaba que unos 300 millones de personas morirían. Puede ser que vistos hoy los pronósticos parezcan haber sido exagerados, pero si nos remitimos a la historia no estaban muy lejanos de lo que antes ha pasado. La gripa de 1918 mató a entre 50 y 100 millones de personas con una población mundial menor, que ajustada a la actual equivalen a entre 175 y 350 millones. Y, si vamos más atrás, la peste mató un tercio de la población europea. Mucho ha cambiado de esos días a los nuestros.
Hoy, vemos que tomó menos de un año desarrollar no solo una, sino muchas vacunas eficaces. Hace apenas unos meses los más importantes expertos predecían que no antes de mediados de 2021 tendríamos una vacuna, y eso, decían y con razón, “siendo optimistas”. ¿Cómo es posible?
Debemos ser conscientes de al menos dos cosas: una, que la ciencia ha avanzado mucho; actualmente hay más científicos que en cualquier otra época de la humanidad con innumerables más recursos; y dos, que han sido muchas las personas que se han ofrecido a ayudar voluntariamente de muchas formas, unas donando dinero y otras prestándose, con riego personal, como voluntarios para experimentación.
Hablemos de estos últimos. Son unas 44.000 personas en todo el mundo. Aunque su riesgo fuera bajo, existía, y esas personas se arriesgaron dejándose exponer el virus y a la vacuna para que los estudios pudieran salir antes. ¿Cómo no estar agradecidos con todos ellos?
En la misma categoría están todas las personas que desde innumerables trabajos y actividades han seguido aportando para que las cosas sigan funcionando. Las médicas y médicos, naturalmente, pero no solo ellos. Hay una gran cantidad de actividades que han seguido en medio de la pandemia. Esto demuestra un altísimo nivel de organización social, de compromiso y de sacrificio. Quizá no lo notemos y solo veamos las manchas en la pared blanca, pero es una pared muy grande y blanca.
Cuando nos empeñamos en ver solo lo malo, se nos acaban las razones para estar agradecidos. Si creemos o decimos que el mundo está cada vez peor, ¿qué agradecimiento podemos tener hacia quienes supuestamente lo han dañado?
No es un mundo perfecto. Naturalmente, faltan muchas cosas por hacer y en varias hemos “echado para atrás”, pero si reconocemos todo lo bueno que nos rodea y que, además, ninguna generación anterior tuvo, podemos agradecerlo, cuidarlo y, entonces sí, intentar mejorarlo.