Ahora soy el jefe
Con el paso de los años, la mayoría de las organizaciones promueve el crecimiento de los empleados. Es gratificante conocer historias de quienes empezaron en un cargo inicial o de comienzo de carrera y han ido escalando hasta llegar a cargos directivos. Sin embargo, en algunos casos, estas promociones no vienen acompañadas de procesos de formación y es en el camino, de manera empírica, que las personas aprenden a ser líderes. Aunque es admirable la manera de lograrlo, esto trae consigo importantes cambios y consecuencias.
La primera de ellas es que las relaciones con los compañeros de trabajo, quienes antes eran colegas, se pueden ver afectadas. Como existe una jerarquía, se marca una distancia de respeto por la nueva figura de autoridad o porque se pierde la confianza al ver al antiguo compañero en un cargo superior. Aquí es clave gestionar conversaciones claras y sinceras para que ninguna de las partes malinterprete la nueva relación.
Al dar este paso, la retroalimentación se convierte en un desafío. Conversar con alguien sobre su desempeño no siempre se recibe de la mejor manera y menos cuando esta persona era un par, colega o amigo. En este caso, es clave enfocarse en el feedback teniendo en cuenta la situación y no la persona; brindar información útil para su crecimiento; y ser específico, descriptivo y oportuno en el mensaje.
Ya pasando a un ámbito más personal del nuevo líder, puede que el tiempo personal y profesional se vea afectado. Al asumir un cargo directivo aparecen mayores responsabilidades y esto resulta en tareas que pueden consumir más tiempo del esperado y, por supuesto, incrementar el estrés. Se recomienda entonces ser aún más organizado al inicio del nuevo cargo y así responder a los desafíos del equipo y del área sin colapsar.
Una persona que viene de cargos de coordinación suele gestionar todas sus tareas, pero al pasar al cargo directivo le cuesta delegar. Es recomendable que el líder se libere de tareas que le consumen tiempo para poder enfocarse en lo estratégico. Eso no significa que se entreguen los compromisos sin realizar un acompañamiento constante y mucho menos que deje de lado sus principales labores. El líder siempre debe encauzarse en llevar a buen rumbo la visión, la toma de decisiones económicas o financieras, la promoción de nuevos liderazgos y la resolución de conflictos.
Finalmente, en el caso de quienes asumen cargos directivos siendo jóvenes, es importante tener la humildad para asumir los desafíos y también tener la convicción de ser capaces de enfrentar los problemas. Esto debe ser un equilibrio entre creerse que es capaz y no dejar que el poder se suba a la cabeza.
El temor frecuente de los jóvenes directivos es: “¡No estoy preparado para esto, me voy a quemar!”. Y es normal sentir miedo, incertidumbre y duda, sin embargo, estas emociones se pueden gestionar de la mano de quien está promoviendo el ascenso. Si este acompañamiento no se da, sí es posible que quienes asumen estos roles se quemen y su experiencia se convierta en un martirio.
Por esto, el mensaje aplica no solo para quienes decidieron aceptar estos nuevos retos, sino también para quienes promueven este crecimiento, para que siempre acompañen los nuevos liderazgos. El rol de un líder siempre será desarrollar más líderes, no más seguidores.