Desacelerar la vida
martes, 13 de agosto de 2024
Claudia Dulce Romero
La vida nos puede cambiar en cualquier momento y, por más que lo intentemos, no estamos del todo preparados para afrontar los retos más complejos a nivel personal o profesional. Cuando esos momentos nos sacuden, nos damos cuenta que hemos priorizado lo urgente sobre lo importante. Por ejemplo, en medio del trajín laboral, de cumplir compromisos y alcanzar metas, nos alejamos de los instantes más sencillos, pero significativos de la vida: compartir tiempo con la familia, reencontrarnos con los amigos y dedicarnos tiempo a nosotros mismos.
Entre los 25 y 40 años se evidencia un fuerte acelerador en la carrera profesional. Es como si estuviéramos todos corriendo para llegar a un destino, como si se nos fuera a escapar y no tuviésemos otras oportunidades. Renunciamos a planes, amigos y proyectos por enfocarnos a tener un buen cargo y crecer, crecer y crecer en una empresa.
Conozco muchos familiares y colegas que se entregan de manera desmedida a su mundo profesional, trabajan hasta altas horas de la noche y llevan altos niveles de estrés que más adelante sus cuerpos no podrán aguantar. Debo reconocer que puedo incluirme en ese grupo. En algunos años de mi vida laboral me excedí en ese ritmo que apasiona y enseña, aunque también castiga.
Pasamos una tercera parte de nuestro día en el trabajo y aun así muchos creen que es insuficiente y pueden pasar hasta 14 horas entre reuniones, correos y apagar incendios. Como en la vida no hay plazos que no se cumplan, creo firmemente que llegará ese momento en el que valdrá la pena preguntarse: ¿y todo esto para qué?
Seguramente son ciclos. Eso depende de cada persona. Hay quienes preferirán vivir así para siempre, aunque ese “siempre” atente contra sí mismos. Por eso quiero darles un consejo no pedido: la vida laboral no es toda nuestra vida. No vale la pena estar entregado día y noche por una organización. Y no porque promueva la mediocridad laboral o vea el trabajo solo como algo transaccional, sino porque el bienestar, la salud y la red de apoyo siempre (este “siempre” les aseguro que vale la pena) serán más importantes.
Puede que en algún momento, cuando decidan desacelerar ese camino profesional o la empresa en la que trabajan los despidan, algunas personas ya no estén, se hayan perdido de celebraciones o incluso ya no tengan a nadie alrededor porque “siempre estabas muy ocupado.”
A mí ese momento me llegó hace unas semanas cuando una de mis grandes amigas sufrió un infarto medular. Solo tiene 32 años y ahora está en una UCI, sacando todas las fuerzas que tiene para volver a ser la mujer sana y dulce que ha sido desde que estábamos en tercero de primaria. Quizá es algo oportunista de mi parte, porque ese instante en el que todo se mueve no llegó a mí directamente, pero ha sido ella quien nos ha invitado a todos sus amigos a reflexionar, desacelerar y priorizar.
Y hoy mi reflexión viene a esto. Quizá está bien apostar un periodo de nuestra vida a presionar el acelerador para encontrar o intentar alcanzar lo que nos han enseñado desde pequeños: el éxito, la estabilidad laboral o el crecimiento. Solo recuerden que ningún conductor puede aguantar los 120 k/h en una carretera durante tanto tiempo. Necesita también frenar para tomar las curvas o detenerse a ver un paisaje. En la quietud también está el disfrute y lo valioso. Como menciona Irene Vallejo, en su libro Alguien habló de nosotros: “los sabios de la Antigüedad aconsejaban buscar la felicidad en la quietud porque allí es donde se disipan los errores del acelerado vivir cotidiano”.