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“Jefe, no estoy de acuerdo”

Claudia Dulce Romero

La escena es conocida por casi todos: en medio de una reunión se está debatiendo una situación compleja, un direccionamiento estratégico o alguna acción operativa. El equipo espera que el jefe tome la decisión final. Hay opiniones sobre la mesa, dudas en el aire… y, al final, todas las miradas se dirigen hacia él o ella: ¿qué hacemos? En ese instante pueden pasar dos escenarios: que estemos de acuerdo… o que no lo estemos.

En diversas oportunidades he escuchado a personas decir que no se atreven a contradecir a su jefe o les da miedo cuestionar sus decisiones o posturas, como si eso fuera un acto de rebeldía imperdonable. Es cierto que desde pequeños nos enseñan que no se le puede llevar la contraria a las figuras de autoridad, como si eso deslegitimara por completo su rol. En otras ocasiones, quizá esté relacionado con la personalidad de algunos líderes que creen que siempre tienen la razón y se ofuscan cuando alguien les plantea otra visión.

Sin embargo, cuando se habla de liderazgo, es importante tener en cuenta que un buen líder no siempre tiene la razón. Necesita rodearse de personas que dominen su campo, que complementen sus habilidades y lo asesoren de la mejor manera. El problema es que ahí entra en juego el ego: a muchos les incomoda contratar a alguien que sepa más o brille más. Pero, como lo he mencionado en varias columnas, el éxito no está en la figura del jefe, sino en la solidez, la comunicación y la fuerza del equipo.

Un gran líder sabe preguntar: ¿qué opinas?, ¿cómo ves la situación?, ¿qué recomiendas? Las visiones y posturas diferentes enriquecen la discusión. Para lograrlo, se necesitan espacios de diálogo donde las personas puedan hablar abiertamente, sin represalias, y equipos que sepan elegir el momento y la forma para expresar sus ideas con asertividad.

Claro, eso implica que los líderes también deben hacer el trabajo de estar abiertos para escuchar la opinión de los demás. He visto jefes que preguntan por opiniones, pero miran el celular, cambian de tema o ignoran ciertos comentarios. Escuchar solo a unos pocos es un error; no se puede pedir la voz del equipo y luego darle la espalda.

El éxito de un líder es tener equipos que se construyan con cimientos de confianza. Y confiar es tener la certeza de que la persona que está a nuestro lado no quiere hacernos daño, todo lo contrario, cuida de nosotros. Por eso, es de valientes y un acto de cuidado levantar la mano para decir: “Jefe, no estoy de acuerdo”.

Por eso insisto en que los líderes trabajen en construir confianza con sus equipos, para que puedan decirles de frente si están o no de acuerdo con una decisión. Esa apertura fortalece el compromiso con la organización. De nada sirve rodearse de personas que siempre dicen que todo está bien; cuando llegue la tormenta, la soledad será la única compañía.

Es mucho mejor detectar las señales de alerta, escuchar los panoramas complejos y sumar a ideas que, aunque no sean nuestras, puedan elevar la estrategia inicial. El verdadero valor de un equipo no está en obedecer en silencio ni en llevarse bien de forma superficial, sino en atreverse a hablar con respeto para construir, juntos, algo mejor. Cuando un barco llega a buen puerto, se aplaude el trabajo de la tripulación, y eso incluye a un buen capitán.

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