Todos hemos tenido un profesor al que recordamos con gran aprecio, bien sea porque fue determinante para nuestra orientación profesional o porque su clase era la más divertida. Otros docentes, por el contrario, desde el momento que entraban al salón nos hacían querer irnos e incluso llegábamos a odiar su asignatura.
Si usted hace la tarea de recodarlos, seguramente reconoce la importancia del docente para su desarrollo profesional. Lastimosamente nuestro país no ha querido destacar y entender el rol que ellos desempeñan en la sociedad.
El salario de un maestro de educación básica en Colombia ronda los US$640 mensuales, mientras que en Costa Rica, uno de los países latinos con mejor índice de alfabetización, gana aproximadamente US$2.500 al mes. El problema de fondo radica en la forma en que concebimos a los docentes, quienes a pesar de tener la responsabilidad de formar e inspirar a nuestros jóvenes, pocos los consideran como profesionales de gran importancia.
El Índice Global del Estatus del Profesor, que sitúa a Colombia en el puesto 26 de 35 países, expone que el rol de un profesional en educación en nuestro país es comparable con el de bibliotecario. Esto explica por qué carreras como economía, derecho o ingeniería tienen una gran demanda entre la población estudiantil -y que además tienen requisitos exigentes para su admisión- mientras que los programas relacionados a la educación no son tan apetecidos y son escasos los requisitos de ingreso.
Vale la pena hacer una comparación con Finlandia o Singapur, países reconocidos por su gran sistema educativo, donde los estudiantes que logran ingresar a un programa del área educativa se sienten privilegiados porque solo 1 de cada 10 son admitidos.
Existe una correlación entre un gran sistema educativo con el rol del profesor en la sociedad. Países como los ya mencionados han entendido que para ser productivos deben educar adecuadamente a su población; los encargados de educarlos son los maestros. Ellos tienen una gran responsabilidad y deben recibir la mejor formación. La solución no es simplemente aumentar sus salarios; la solución implica un cambio de chip que debe iniciar con cada uno de nosotros.
Debemos empezar a reconocerles el valor que merecen y realizar pequeñas acciones para crear un gran cambio: respetemos las clases, lleguemos preparados al aula, seamos participativos, agradezcamos su dedicación y sobre todo valoremos la gran labor que hacen día a día. Si todos, poco a poco, logramos demostrar la importancia de los docentes y entendemos que es la profesión más importante de la sociedad, nuestros mejores estudiantes empezarán a dedicarse a la enseñanza, exigirán una mejor capacitación y formación, los salarios mejorarán y con un poco de paciencia veremos los frutos de profesionales formados por un gran número docentes que, no solo transmiten información, sino que se han formado adecuadamente para inspirar a los estudiantes. Ser profesor ya no será una profesión residual, será todo un honor.