Pienso que debemos darle la vuelta al debate sobre los residuos plásticos, y pasar de percibirlo como una amenaza a entenderlo como una gran oportunidad. Se habla permanentemente de la cantidad de toneladas de residuos plásticos que son desechados cada día, de los tiempos eternos de degradación del material y de la urgencia de limitar o, incluso, de prohibir su consumo. Pero poco se discute la alternativa de aprovechar este residuo para generar empleo, ingresos, energía, incluso beneficios ambientales, a través de su aprovechamiento, ya sea en su reciclaje, compostaje o recuperación energética.
El plástico es un material muy liviano, resistente, eficiente y de bajo costo que, como ningún otro, preserva la vida de los alimentos, protege las mercancías, facilita el transporte de productos, evita el contagio de enfermedades y asegura condiciones de higiene e inocuidad en los artículos que consumimos. El plástico, por ejemplo, permite que un pepino permanezca fresco 11 días más, y alarga la vida verde de un pedazo de carne en 26 días. En el caso de los productos lácteos, el impacto es aún mayor.
En muchas aplicaciones, el plástico no tiene sustituto, y en otras, la alternativa implica desventajas económicas o, incluso, ambientales. Reemplazar el plástico por otros materiales significa incrementar dos, tres o más veces el precio de los empaques, cinco veces el impacto en el transporte y al menos cuatro veces los costos ambientales. Se estima que, en promedio, las alternativas al plástico generan 2,7 veces más emisiones de gases efecto invernadero y son 3,5 veces más intensivas en consumo de materias primas, agua y energía. A manera de ejemplo, las emisiones de CO2 y el consumo de agua de un envase para jugo, frente al plástico, son, respectivamente, mayores en 28% y 492% en el caso de cartón, 483% y 658% en el caso de aluminio y 451% y 1633% en el caso de vidrio.
Evidentemente, es necesario promover el consumo racional de plásticos, pero, ¿es mejor prohibirlos y así impedir beneficiarnos como sociedad de sus ventajas, o más bien aprovecharlos y, de paso, generar nuevas oportunidades de empleo e ingresos para la población a través del aprovechamiento de sus residuos? El plástico posconsumo se puede convertir nuevamente en materia prima para nuevos productos, también en energía -como es el caso de la planta que ya se encuentra instalada en la isla de San Andrés-, asimismo se puede transformar en aceite combustible, en gas o, incluso, se puede emplear como compost para el sector agropecuario.
En Colombia, más de 60.000 familias viven del reciclaje. En el caso de los plásticos, las tasas de aprovechamiento -aunque no son cifras muy precisas- rondan entre 8% y 12%. Duplicar o triplicar estas tasas en unos años es perfectamente viable y significaría, no solo el camino ambientalmente más eficiente, sino también un gran potencial de generación de empleo e ingresos para la población de bajos recursos.
Las tecnologías de aprovechamiento de residuos plásticos existen y están avanzando a grandes velocidades. Colombia ya cuenta, además, con la Resolución 1407 del Ministerio de Ambiente de 2018 que establece los mecanismos y metas para avanzar hacia la economía circular y potenciar el mercado de aprovechamiento de residuos.
Respetuosamente considero que no vale la pena enfrascarnos en que la solución se encuentra en prohibir el consumo de algunos artículos plásticos, puesto que no soluciona el problema de fondo y sí genera impactos indeseados a múltiples sectores económicos. Además, nos arriesgamos a llegar tarde a esa gran oportunidad que representa el aprovechamiento de residuos que, como muchos argumentan, es, en términos de negocio, el petróleo del futuro.