Analistas

40 de menos de 40

Daniela Cepeda Tarud

En un país que parece tropezar cada vez que intenta avanzar, existe un potencial silencioso al que vale la pena prestarle atención: jóvenes que trabajan en silencio mientras el ruido nacional se lleva los titulares. Son ellos quienes hoy están moviendo las fronteras de lo posible. A eso apunta Los 40 de menos de 40, un reconocimiento que celebra su segunda edición con el libro ‘El país en sus manos’, de José Manuel Acevedo. Más que un compilado de entrevistas, es un retrato colectivo de una generación que está redefiniendo lo que significa liderar en Colombia. La diversidad de perfiles incluidos -desde la ciencia hasta el arte, desde la tecnología hasta la empresa privada- revela dos fuerzas que hoy impulsan transformaciones tangibles, el emprendimiento social y el liderazgo comunitario. No hablamos de filantropía aislada, sino de modelos sostenibles que entienden que lo social y lo económico no son opuestos, sino interdependientes. Los ejemplos hablan solos: Anggy Carranza, pedagoga rural del Sumapaz, impulsa el liderazgo campesino y ambiental; Juan Diego Díaz, trabaja para que la agricultura sea motor de prosperidad en el Catatumbo; Brayan Montaño, en Buenaventura, aprovecha el arte y el deporte como antídoto contra la violencia.

Este año, tuve el privilegio de hacer parte de esta lista por mi labor desde Muttu Innovación Social. Durante el lanzamiento del libro en la Universidad de los Andes, un joven líder formulaba, desde el público, una pregunta a cada uno de los cuarenta. Cuando me llegó el turno, Alejandra, emprendedora social de Tumaco, tomó el micrófono y me preguntó cómo lograr que la cultura dejara de verse solo como folclor y se convirtiera en un motor real de transformación económica y social en territorios como el suyo. Le respondí que la clave está en confiar en la capacidad transformadora de las comunidades, reconocer sus talentos y articularlos a ecosistemas de oportunidad. No imaginé que esas palabras tendrían un eco tan profundo en ella.

Minutos después, al finalizar el evento, Alejandra se me acercó y me entregó una carta escrita a mano. Me contó que la había redactado después de escuchar mi respuesta porque encontró en mis palabras algo que le hablaba directamente a ella. Comencé a leerla y no pude evitar que se me aguaran los ojos. Decía que, al oírme hablar de Muttu, sintió que sí existía un referente con quien podía identificarse y se visualizó construyendo un proyecto similar en Tumaco.

Ese gesto íntimo reveló algo esencial: la innovación social no se sostiene solo en metodologías, modelos o alianzas, sino también en la capacidad de inspirar a otros a creer en su propia agencia. Aquella carta no era un halago, sino la evidencia de algo más profundo, que las pequeñas interacciones pueden desencadenar procesos amplios de cambio y que, cuando un joven se siente visto y escuchado, se atreve a proyectarse más allá de lo que antes creía posible.

Hoy, Colombia no puede pasar por alto a esta generación que impulsa cambios desde sus comunidades, muchas veces sin el apoyo que debería acompañarlos. Ellos no son la excepción, son una fuerza en expansión y el futuro se construye creyendo en su potencia transformadora.

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Emprendimiento - Innovación - Relevo generacional