Creo y creeré siempre en la paz. La voté, la construyó a diario y la protegeré. Los colombianos nos acostumbramos tanto al dolor que la violencia casi se nos convierte en paisaje. Le apuesto a la paz porque yo crecí en un país en guerra y quiero dejarle uno en paz a mis hijos. Pero sé que teniendo millones de razones más para argumentar porque es mejor hacer la paz, tengo el deber de ser sensato: el camino que escogió Santrich no es.
Apostarle a la paz no significa ponerse una venda en los ojos. Implica querer un mejor país, y para eso hay que tener la madurez y la objetividad para reconocer los errores. Al señor Santrich le dimos la confianza, negociamos con él y le creímos. Se le acusó de seguir delinquiendo y decidió entrar en huelga de hambre, luego intento atentar contra su propia vida y ahora decidió irse, dejando la sensación de preferir escapar. Sí, negociamos con alguien que no supo asumir con responsabilidad la oportunidad que le dio la sociedad y la esperanza de millones de colombianos. Una vez más, se burló del país.
Llevo ya varios meses probando mi tesis: nos falta sensatez y a muchos funcionarios públicos madurez. En el afán por demostrar quién gana el pulso político, un grupo político construyó todo un ambiente en el que a los desmovilizados no se les brinda seguridad jurídica. Mientras tanto, otro grupo tomó determinaciones que hoy afectan gravemente la credibilidad de la paz. ¿será qué no entienden que se están jugando el futuro de todo un país? ¿será qué no les da pena como estamos arriesgando nuestra credibilidad internacional? ¿será qué no se dan cuenta que nos están llevando a todos por delante?
Y mientras tanto, Santrich cruzó la frontera. Dándole la razón a todos quienes aseguran que siguió delinquiendo; dejando tirado el proceso de paz, el mismo que él sabía sería difícil. Salió con un chorro de babas. A él, como a otros, se le dio la oportunidad, pesar de lo difícil que ha sido para una buena parte del país aprender a perdonar. Así no es, esa no es la manera. Envió un mal mensaje y pisoteó la paz.
Por eso, vale la pena reconocer la voluntad a todos aquellos militantes del hoy partido político de la Farc que han querido hacer las cosas bien. A todos los qué a pesar del duro camino, siguen en pie. A los que tiene paciencia porque saben que ganarse la aceptación costará tiempo pero que con su gestión poco a poco demostrarán que el camino nunca será el fusil, sino el debate.
Por mi parte sigo creyendo en la paz, porque sé que es el escenario que a todos nos favorece. Que evita el dolor, las lagrimas. Que cierra los círculos de rencor y violencia. Sigo apostándole a la paz porque propicia el ambiente para un mayor desarrollo, para que la gente en el campo no abandone sus hogares, para que los niños puedan ir al colegio. Porque el crecimiento económico, favorece la seguridad. Porque nos mereceremos vivir como lo hace la gente en un lugar normal.
Por eso reconozco a quienes se han comprometido y siguen construyendo la paz. Rechazo a todos quienes pretender burlarse de nuestra voluntad de tener un mejor país. Y, por último, como lo he hecho en mis últimas columnas, vuelvo e invito a los líderes a que les pongan sensatez a sus decisiones, les quiten odio a sus discursos, les pongan responsabilidad a sus actuaciones y se pongan a trabajar par cambiarle positivamente la vida a la gente en vez de estancar las oportunidades que tenemos de ser un mejor país. Así no es.