El milagro ocurrió. Twitter puede no haber escuchado a los cientos de miles de usuarios que le exigían a gritos eliminar cuentas propagadoras de odios y mentiras, pero sí lo hizo ante la espada de Damocles impuesta por los reguladores de Estados Unidos y la Unión Europea.
Entre mayo, junio y julio, Twitter ha cerrado más de 70 millones de cuentas, cifra dada a conocer este lunes por The Washington Post. Es probable que gran parte de esas cuentas estuvieran abandonadas desde hace tiempo, pero seguramente cayeron unos cuantos millones de cuentas activas que eran una amenaza a la ética, a la moral y a la democracia.
La información no sentó nada bien entre los inversionistas, más preocupados siempre en su bolsillo que en incentivar lo correcto. La acción se desplomó un 5,38% a US$44,14 por temor a que la eliminación de tantas cuentas afectase en este trimestre la base de usuarios mensuales activos, uno de sus principales indicadores. Twitter cuenta con 336 millones de usuarios.
Más allá del impacto financiero o de la preocupación de los inversionistas, que nos debe tener sin cuidado, la decisión de Twitter marca un antes y un después en su corta historia. Tiene poco más de 10 años de vida.
Es cierto que a Twitter aún le falta depurar muchas cuentas; tomar medidas más estrictas contra aquellas que son denunciadas masivamente y ser más contundente contra los políticos que segregan odio continuamente, pero este es un primer paso muy importante para recuperar la grandeza alguna vez tuvo.
¿Por qué? Pues porque se le acabó el juego sucio a los políticos, que no son pocos, que han hecho un arte de contratar compañías de redes para difamar y calumniar a sus contrarios.
La política de no tolerancia de Twitter, que seguramente se irá fortaleciendo, ya no justificará la inversión que estos políticos pagaban a empresas para crear miles de cuentas falsas, más conocidas como huevitos o trolls. ¿Qué habría sido del Brexit o de las recientes elecciones en Estados Unidos si esta medida se hubiera tomado antes?
Ahora bien, sensacional, que armemos un comité de aplausos, pero no podemos cantar aún victoria. Hay una pregunta crítica que debemos hacernos: ¿de dónde son las cuentas que cerraron? Probablemente la mayoría son estadounidenses y europeas, y un porcentaje mínimo latinoamericanas.
¿Y colombianas? La cifra debe ser irrisoria. Este es un mercado de 3,7 millones de cuentas, insignificante para que Twitter nos voltee a mirar o se preocupe por lo que pase aquí.
Es por eso que, como se ha reiterado varias veces en esta columna, el Gobierno y el Congreso colombiano deben cantarle la tabla a las redes sociales que operan en nuestro país. Nosotros no podemos seguir siendo ese punto negro donde empresas como Twitter o Facebook no le rinden cuentas al Estado.
En nuestro país ha hecho carrera la mentira y la calumnia en las redes, con efectos negativos en temas tan serios como el plebiscito, por ejemplo. No solo eso, políticos se han encargado de acabar con la honra de otras personas sin que les pase nada, vertiendo mentiras que son reforzadas por miles de cuentas falsas pagas y no pagas.
Si nuestros legisladores no asumen una posición firme frente a las redes sociales, seguiremos siendo un patio trasero en el que cada uno campa a sus anchas. Ojalá dimensionen la importancia de hacernos respetar como país.