Nadie es ajeno a la situación del Paro Nacional que vivimos desde el pasado 28 de abril. De una u otra manera nos hemos visto involucrados: por imposibilidad de movilizarnos o por la dificultad para la adquisición de bienes o servicios o, simplemente, en la esfera anímica ante las discusiones con amigos y familiares sobre quién está haciendo bien y quién lo está haciendo mal. No obstante, aunque esta situación nos afecta, pocas veces nos preguntamos, ¿cuál es mi parte?
Mal o bien, por más de 200 años hemos construido un país que nos pertenece y al que pertenecemos, bajo un modelo económico capitalista que a pesar de que tiene sus fallos, ha demostrado ser exitoso para alcanzar algún grado de desarrollo, minimizar los índices de pobreza y reducir de forma significativa la mortalidad infantil.
Hemos cometido muchos errores y a pesar de la violencia durante estos dos siglos, nos caracteriza nuestra hospitalidad, nuestro calor humano y nuestra capacidad para entablar amistades duraderas. En muy pocos países encontramos muestras tan sinceras de solidaridad y fraternidad como en Colombia. El sufrimiento nos ha ayudado a concluir que lo que más importa son las relaciones humanas del aquí y el ahora. Aún nos queda mucho trabajo pendiente y tal vez nunca seamos un producto terminado. Pero esa construcción corresponde a cada uno de nosotros y no al gobierno de turno, ni a la oposición, ni a los periodistas, ni a los políticos en su conjunto.
En estos tiempos de protesta e inconformidad es necesario reflexionar: ¿qué estoy haciendo para que el país avance hacia una mayor paz social?
Las discusiones sobre si la protesta está infiltrada por intereses políticos, del narcotráfico, de indígenas con intereses diferentes, de jóvenes aburridos por la inequidad serían interminables. Sin embargo, no se puede negar que existe un alto porcentaje de la población que vive en condiciones de pobreza extrema y sin oportunidades para salir de esa situación. Es necesario que los gobiernos destinen recursos, que se obtienen de los impuestos a las personas con más ingresos, para dar oportunidades a la población más vulnerable.
Para ello, es necesario asegurar condiciones elementales de bienestar como una educación universal gratuita y de calidad, buena nutrición y acceso a la salud por parte de la población más vulnerable y, si es del caso, ingresos que garanticen que los jóvenes no abandonen el colegio o la universidad para trabajar. Y aunque la equidad depende, en gran medida, de la acción del Gobierno, si como sociedad seguimos alimentando y arraigando prejuicios, no ayudaremos a propiciar y facilitar las oportunidades.
Nuestro sistema capitalista es bueno, pues premia el esfuerzo, pero tiene fallas que deben ser corregidas para garantizar que todas las personas, sin importar con cuánto dinero nazcan, tengan las mismas oportunidades. En eso consiste la paz social y así se logra vivir con mayor armonía y convivencia pacífica. No importa que algunos tengan mucho dinero y otros poco, mientras exista la posibilidad para que quien tenga poco pueda llegar a tener mucho.
¿Y qué puedo hacer yo? ¿Cuál es mi parte en la construcción de una sociedad con mayor movilidad social, que contribuya a generar más oportunidades para todos? Esa es la pregunta esencial para llegar a una reflexión que nos lleve a entender cómo asumimos nuestros compromisos frente la sociedad y en nuestro propio entorno.
Cambiar la realidad que no nos gusta está en nuestras manos y el ejemplo es la mayor fuerza movilizadora que existe, pero empieza por cada uno y solo con constancia y buena voluntad puede convertirse en una realidad. Es una responsabilidad de la que no podemos desentendernos.