Graham Bell nunca pensó cuando le timbró a su asistente, un señor de apellido Watson, que 147 años después el mundo giraría en torno a las llamadas, los mensajes, las redes sociales y toda una suerte de informaciones que damos y recibimos a través de un teléfono. Hoy el mundo gira en torno a ese negocio multimillonario que se originó con el invento del inglés, sólo que ahora no existe la telefonía fija de la época sino que cada ser humano -sin exageración- tiene un celular en su cartera o en su bolsillo.
Es cliché decir que vivimos pegados al celular. Es una extensión de la mano. Nos acompaña, nos da sensación de seguridad, nos entretiene y distrae en todos los momentos cotidianos. Va con nosotros a la mesa, al baño, a la cama, y por supuesto a la oficina y el transporte. Es un tercero en las relaciones. A muchas parejas las exaspera cuando uno de los dos no suelta el celular; genera desconfianza en los matrimonios, y para los solteros es un accesorio para echar los perros. Estamos idiotizados con la pantalla de nuestros celulares, adictos, invertimos muchas horas haciendo scroll, aislados en un mundo ciertamente virtual.
¿Y qué tal un día sin celulares, tal como sucede con el día sin carro? También existe el día por el Planeta en el que mucha gente en todo el mundo apaga la luz para no contaminar y darle un respiro a las tecnologías. No sólo se usaría menos energía, se hablaría más con la familia, las mentes descansarían, estaríamos más presentes con quienes compartimos y quizá los miedos serían otros. Podríamos intentar ir por la vida un día sin el celular, sin contacto alguno con el mundo digital, le damos un descanso al cerebro y experimentamos vivir abriendo los ojos y todos los demás sentidos, olores, colores, sabores y sonidos.
¿Cómo cambiaría nuestra experiencia en el mundo? ¿tendríamos los mismos miedos? ¿los mismos anhelos? ¿nos generaría ansiedad o alegría las mismas cosas? ¿se nos despertarían o agudizarían otros sentidos? Todo un experimento social que alguien podría plantear en el mundo desarrollado y que puede ser una realidad en el corto plazo. No podemos negar que la presencia de los celulares y las nuevas tecnologías han moldeado el mundo laboral, social, económico, familiar y sentimental, a su antojo. Es la era del celular y quizá su reinado dure bastantes años más hasta que algún otro accesorio le quite la corona.
Mientras eso sucede y me copian la idea del día sin celular, les confieso que aunque quisiera hacerlo en este momento sería incapaz. Me llama la atención desconectarme como terapia, siento que algunas veces lo necesito y que pasar horas en el celular viendo cosas sin sentido es un mal hábito. Pesa más en estos días la necesidad de estar conectada, trabajando desde el celular y en contacto con las nuevas tendencias y muchas información por redes sociales que me enriquecen, enseñan, entretienen, pero que también hacen perder mucho tiempo y momentos valiosos. Yo por ahora paso. ¿Y usted?