En estos días, la descentralización está en el centro del debate en el país y prácticamente en el mundo. Se trata de un debate aplazado, pero ignorar los temas no los resuelve, por el contrario, pueden terminar saliendo abruptamente en momentos imprevistos. Lo hacen de forma un tanto extrema y con gran ímpetu, lo que los hace más difíciles de manejar. Luego, la parte “responsable” del país busca canalizarlos y atenuar sus efectos negativos. La experiencia de la Asamblea Constituyente de 1991 es un antecedente relevante.
¿Qué hizo emerger el tema de la descentralización del letargo en el que estaba? No es una coincidencia que surja en las actuales circunstancias, en donde se tiene una sociedad polarizada y un gobierno que busca hacer cambios estructurales en la orientación del país, sin que la mayoría de la población los acoja. Similares situaciones han existido en otros momentos, pero la discrecionalidad en la ejecución actualmente es mayor y los entes territoriales que están en la oposición se sienten negativamente afectados en su autonomía. Algunos no consideran la opción de trabajar con el Gobierno Nacional, lo cual ha llevado a resaltar la importancia de una mayor descentralización.
Algunos argumentos apoyan la descentralización. El primero, es la cercanía de los gobernantes territoriales a las necesidades de los territorios. En muchos temas efectivamente es así, pero en otros como en las vías primarias, tener un enfoque nacional es más pertinente. Es necesario definir mejor esas competencias en la ley.
Un segundo argumento, es que con una mayor descentralización se evitaría la discrecionalidad del Gobierno Nacional en las apuestas que quieren hacer las entidades territoriales. Este es un tema de fondo en la medida que se refiere a la dinámica política de Colombia, donde la gestión de recursos va desde las regiones hacia el nivel central pasando por una mediación clientelista de instancias intermedias que cubren todo el espectro (concejales, alcaldes, diputados, gobernadores, congresistas y ministros o directores de las entidades nacionales).
La tercera son los riesgos de corrupción. A priori no hay elementos para asumir que unos u otros son más corruptos, pero sí que en el proceso debe haber consideraciones que propicien la transparencia.
El debate ha derivado en dos hechos: un proyecto de acto legislativo para definir el monto de las transferencias de la nación a los entes territoriales y la propuesta de un proyecto de ley para definir las competencias de gasto. El presupuesto nacional junto a los presupuestos de las entidades territoriales, conforman el total de recursos disponibles para atender las necesidades de todo el país. En lo que se ha venido planteando, no hay mayor referencia a aspectos que deben estar asociados al gasto como: los efectos en el bienestar de la población, la posibilidad de convergencia regional y la generación de riqueza. El debate no solo debe ser de gasto; se debe plantear un debate sobre las bases para el desarrollo; me atrevería a decir: el más importante que debemos dar.
En este contexto, tres trabajos realizados por Econometría Consultores pueden dar insumos. El primero fue el que se hizo para la Misión Rural (Econometría, 2014), donde se pudo constatar que en el país existe una dinámica perversa de ocupación territorial. La falta de un adecuado marco regulatorio sobre el uso de la tierra permite la especulación y no da opciones a potenciales productores agropecuarios para adquirir tierras en torno a las ciudades. Por el contrario, crea los estímulos para irse hacia las regiones más apartadas, donde los precios de la tierra lo permiten. Este proceso, que es muy racional se refuerza con la posibilidad de tala de bosques (da flujo de caja) así sea ilegal y la valorización futura de la tierra en buena medida por la acción del Estado (ante todo seguridad e infraestructura), lo que se podría considerar una apropiación privada de bienes y servicios públicos. El problema es que los terrenos, en el momento que se llega, están apartados de los principales mercados y no cuentan con la infraestructura física y social necesaria. Esto hace que las actividades productivas a desarrollar sean poco competitivas y dependientes de los apoyos del Estado, creando presión fiscal. El ejemplo más recurrente son las vías. Esta dinámica perversa no se evita con las iniciativas legislativas mencionadas.
Esta dinámica lleva a lo que se encontró en otro estudio (Econometría, 2015). La convergencia regional es un propósito que debe buscarse para propiciar el cierre de brechas entre las regiones más ricas y las más pobres. Sin embargo, lo que el país tiene son clubes de convergencia, donde las ciudades más grandes jalonan a los municipios colindantes, mientras las regiones más apartadas convergen a bajos niveles de desarrollo (ver mapa). Se trata de una situación tipo centro/periferia, que por cierto, marcaría las elecciones presidenciales de 2022. De nuevo, se trata de un resultado al cual poco le aportan las iniciativas legislativas.
Resolver los problemas de desarrollo y convergencia no se garantiza con los proyectos legislativos que están sobre la mesa. Por el contrario, estos reducen la maniobrabilidad del gobierno nacional para hacerles frente.
Para poder avanzar en los temas difíciles de resolver como la escasez de recursos y el aumento creciente de demandas por los mismos, el país cuenta con el ordenamiento territorial, un instrumento con altos niveles de atraso, pero que es una de las políticas central en el actual plan nacional de desarrollo. Según se pudo validar en un trabajo de sobre los planes de ordenamiento territorial (Econometría, 2017), el actualizar y hacer cumplir las vocaciones de uso del suelo implica dos resultados positivos y complementarios. Primero, desde el punto de vista productivo, el evitar conflictos de uso del suelo aumenta la productividad, la competitividad y los ingresos. Segundo, cuando se ordena el territorio en función del agua, además del acceso a los servicios públicos sociales (como educación, salud, justicia, etc.) y la reducción de los conflictos en el uso del suelo, se pueden racionalizar significativamente los gastos.
Avanzar en la descentralización es un objetivo de política. Para afrontarlo, no es necesario caer en dilemas que no existen, pero sí es necesario saber con qué criterios hacer esa política reformista.