Analistas 16/11/2022

150 días

Edgar Papamija
Analista

Para ser justos este es el primer Gobierno, que yo recuerde, al que le hacen cuentas desde su elección y no desde su posesión. No registraba el país una luna de miel más corta ni un inédito plazo de 150 días cuando apenas va a completar cien. Tal vez su novedosa ubicación en el espectro político haya generado este inusitado comportamiento.

Digamos en honor a la objetividad, tan difícil de ejercer en este inescrutable ambiente de bipolaridad conceptual, que el gobierno Petro, en este primer tramo, tiene aciertos y desaciertos cuya evaluación depende de la ubicación política del evaluador de turno.

El común denominador es la incertidumbre en estas primeras de cambio. El arranque de cualquier Gobierno se mide por las caras nuevas en los carros oficiales. Petro, fiel a su estilo de oír poco a muy pocos, no concedió la razón a nadie. Desde la campaña mostró sus afectos por personajes que generaban inquietudes, en sus propias filas, pues provenían de las canteras perversas del viejo país. Petro los habilitó, con todos los honores y los mantuvo hasta el final, corriendo los riesgos que el triunfo echó al olvido, al menos temporalmente. En el gabinete conformó un variopinto equipo, para todos los gustos, desconcertando a muchos, pero enviando un mensaje tranquilizador a sus más enconados detractores que anunciaban la debacle por la llegada al poder de un novedoso marxismo calzado de Ferragamo. La posesión adornada con los episodios dramáticos de la espada de Bolívar, pasó el examen y calmó las barras bravas de la derecha colombiana que aceptó resignada su ausencia del baile palaciego.

La agenda de estos días no ha escapado al estilo que mostró Gustavo Petro en la alcaldía. Su oratoria lírica y efectista no permite que amigos y contradictores puedan dormir tranquilos, pero la formulación teórica de sus propuestas de campaña es impecable, a la luz de sus libros de almohada que son mucho más influyentes, en su espíritu y en su pensamiento, que los muy contados asesores que lo rodean.

La reforma tributaria copó el noventa por ciento de la nueva agenda y Petro se jugó el todo por el todo en ese proceso. Los doctrinarios y doctrinantes contuvieron la respiración cuando el viejo país apareció en escena, colmado de prebendas, y estuvieron al borde del colapso cuando el jefe natural de la oposición subió las gradas de Palacio para cambiar ideas con su más enconado émulo de todos los tiempos. La reforma, pese a todo, pasó el examen. Estaba bien orientada, pero al igual que los medicamentos, los impuestos producen efectos colaterales y todo dependerá ahora del destino que el Gobierno dé a los nuevos recursos, pues ellos pueden ser remedio eficaz o letal brebaje.

Lo deseable, he dicho, es más gerencia y menos anuncios. Petro se comprometió a combatir la inequidad, a eliminar la corrupción, a generar igualdad de oportunidades y a buscar la paz. El Gobierno debe acertar, para bien de 50 millones de ciudadanos, ahora que sus enemigos son más virtuales que reales. Sus verdaderos enemigos no están afuera, están adentro. Si los enemigos del cristiano, según la escolástica medieval, son el mundo, el demonio y la carne, los enemigos a derrotar, de Petro, son la tribuna, los socios y el Twitter. Démosle el margen y el plazo que no le dimos en su luna de miel.

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