El estreno de Petro en la ONU produce, como es natural, una serie de comentarios por sus antecedentes políticos. Lo primero que hay que decir, para poner las cosas en su punto, es que la ONU, desafortunadamente, pierde cada día que pasa, la importancia que le adjudicó el mundo de la posguerra, cuando sobre las cenizas de Europa se aliaron los Estados para no repetir la brutal pesadilla y promover la defensa de los DD.HH. El tiempo ha mostrado su incapacidad para detener a los amos del orbe que siembran el terror, cuando no se respetan sus dictados o se ponen en riesgo sus intereses políticos y económicos. Observadores acuciosos afirman, sin tapujos, que ese organismo no sirve para nada. Personalmente, pensaría que es una costosa versión neoyorkina del “speaker’s corner” londinense, donde todo el mundo dice lo que le viene en gana y nadie censura, pero nadie escucha.
El Presidente, que es un socrático reconocido, hizo gala de sus habilidades oratorias y de su comprobada capacidad para diagnosticar y formular, como acertado clínico - analítico de los temas sociales y económicos. Justo reconocer que hay coherencia en lo que dice afuera y lo que ha dicho en el país, y eso es rescatable. Sus preocupaciones sobre la carbonización de la atmósfera, el uso de combustibles fósiles y el calentamiento global, se inscriben en la agenda de la humanidad del siglo XXI, y no se puede desconocer su valerosa posición frente a mezquinos intereses que minimizan las apocalípticas implicaciones del cambio climático. La ambición desmedida del capital y sus rendimientos, distorsionan la realidad de un mundo cada vez más desequilibrado, violento y pobre.
Las incógnitas surgen al evaluar los posibles efectos de la intervención presidencial en el foro mundial. La lucha contra el narcotráfico, costosa en dinero y en vidas, es una ecuación de resultado cero, porque después de cincuenta años esa industria es de las más prosperas del planeta, como que produce en Colombia alrededor de $148 billones según la Ondcp. Esa realidad es incontrastable, pero atribuir a la coca la deforestación de la selva amazónica es impreciso, pues aunque no es despreciable su efecto, tal aseveración le resta peso a la propuesta de detener la destrucción de la Amazonía para salvar la mayor fábrica de oxígeno de la tierra.
De otra parte, los académicos resaltan la importancia del discurso, como arma intelectual para persuadir, abonado con los recursos de la estética y la dialéctica. La oración de Petro cayó bien en sus correligionarios que admiran su prosa y reconocen su entereza. Queda por evaluar si los gobiernos del primer mundo y los Organismos orbitales aludidos, reciben con espíritu contrito los cargos que les hizo, con dureza, el Presidente. Yo lo dudo. Creo que debió complementar su exposición, sin duda elocuente, con cifras, datos y propuestas que invitaran a la reflexión y a una posible acción conjunta, aceptando la cuota parte de nuestra responsabilidad. La intervención de Biden en el atril que “huele a azufre”, confirma que sus preocupaciones son de otro mundo.
Nuestra diplomacia debe limar las aristas de la exposición presidencial para rescatar el mensaje de fondo: sustituir la violenta política antidrogas de represión, fracasada, por un tratamiento de salud pública que conlleve la defensa de los DD.HH. y la protección de nuestra selva.