Importante la distinción que La República hace cada año a los empresarios del país. En esta oportunidad, coincidiendo con los 65 años del primer diario económico, el galardón fue entregado, por el Presidente Duque, a Simón Borrero, un millennial, como lo identificó el director Fernando Quijano, que en tres años y medio edificó una empresa que tiene hoy más de 2500 empleados, presencia en ocho países, una valoración superior a los US$1.000 millones y un crecimiento anual de 400% que la convierten en un hito sin antecedentes en la región.
Borrero intervino en el acto para señalar la necesidad de: primero, creer en nuestra gente, creer en su capacidad y saber que los técnicos nuestros no tienen nada que envidiar a los de Silicon Valley; segundo, crecer para abandonar las limitaciones que no hemos impuesto como ciudadanos del tercer mundo; tercero, lograr los apalancamientos financieros que nos permitan superar limitaciones económicas y cuarto, capacitar los técnicos que la especialización de las tareas reclama.
Esta claro que el emprendimiento requiere creatividad, capacidad e imaginación, reinventando la tecnología para incursionar en un mundo acelerado que reclama actualización constante y permanente para competir, penetrar los mercados y permanecer, creciendo, como lo afirmó el galardonado. Sin embargo los empresarios de la nueva era de la aceleración deben saber que ese modelo de crecimiento, quasi milagroso, no puede ignorar la proyección social. Autores como Thomas Friedman afirman categóricamente sobre la necesidad de evitar crear un “modelo de crecimiento basado en activos u oportunidades accesibles a unos pocos”. En el mismo sentido, Byron Auguste, asesor económico de Obama, reclama la necesidad de repensar un pacto entre trabajadores, empleados, estudiantes, universidades y gobiernos donde el capital humano sea el activo central.
Comparto la tesis de Borrero: lo importante no es la bizantina división de izquierdas y derechas, pero los hacedores de riqueza, que son parte fundamental de nuestra sociedad, no pueden desconocer factores que han dado al traste en otras latitudes con modelos emprendedores. De nada valieron en Madagascar, en Siria y en países de la Primavera Árabe, la riqueza y los esfuerzos que se hicieron, incluso con valiosos aportes internacionales, para sacar a flote esas economías y librarlas del fantasma de la guerra, pues se ignoró el papel protagónico de sus ciudadanos que no tuvieron acceso a una formación académica y tecnológica mínima que les permitiera construir una sociedad inclusiva. A lo anterior se sumó el divorcio del individuo con la naturaleza y la sobreexplotación de los recursos naturales.
Ahora mismo, aquí, hacemos diagnósticos sobre la crisis de nuestros vecinos, pero ignoramos deliberadamente que allá, el crecimiento económico minero ignoró al ciudadano, no lo vinculó al proceso productivo y lo convirtió en parásito de un modelo que creció sin generar inclusión.
En Colombia los resultados son precarios, pese al exagerado optimismo de algunos sectores. Crecimiento de 2,7%, caída de la inversión, desempleo del 13,7% en las 13 ciudades principales, informalidad del 48,2%, según cifras del Dane, implican un timonazo en el manejo económico. Urge atraer capital, estimular crecimiento, exportaciones y demanda, para derrotar la pobreza y construir la paz, rechazando las siniestras voces de los señores de la guerra.
Bien por los nuevos emprendedores, pero la equidad no puede ser simple retórica presidencial.