No es realista saludar el nuevo año con optimismo. Los nubarrones del invierno, la política y la economía, nos obligan a tomar con pinzas las decisiones personales y a esperar con cautela los efectos del sinnúmero de anuncios del Gobierno que quedó en suspenso entre las promesas a sus partidarios y las expectativas del país.
Preocupa, como lo hemos anotado desde los primeros días de gobierno, que no haya unidad de criterios y que, al inicial desconcierto por la desafinación de la orquesta, atribuida a problemas de comunicación, se sume ahora la desconfianza que generan designaciones de funcionarios cuya incapacidad manifiesta ni siquiera tiene justificaciones de orden político como para entenderlas. Inquieta saber si el Presidente comparte estas preocupaciones, que lo debían llevar a hacer un alto en el camino para limitar ciertas actividades, más gratas a su estilo, y poder así dedicar más tiempo a la gerencia.
Sumada a la emergencia del invierno, la agenda gubernamental es congestionada y compleja. La reforma a la salud tal vez es el tema más preocupante y espinoso. No es clara la posición de la ministra Corcho que, al estilo de algunos de sus colegas de gabinete, es pródiga en anuncios, a veces provocadores, que en nada contribuyen a enriquecer el debate. Alejandro Gaviria, quien tiene compromisos morales con el país, por sus posiciones conocidas, ya anunció su participación, y eso puede generar choques al interior del Gobierno.
Temas como el de reforma política, el de pensiones y el de la paz total, que son los de mayor impacto, tienen palos en las ruedas que no auguran un trámite sereno. La reforma política agoniza; en pensiones no es positivo registrar protuberantes contradicciones entre el Presidente y su Ministro de Hacienda; y en el de la paz, como imperativo constitucional que es, debe quedar claro que su complejísima construcción requiere el concurso patriótico de las tres ramas del poder público.
Finalmente, siguen pendientes las determinaciones que el Ejecutivo tome sobre el gasto público. Las opiniones serias creen, con base en experiencias de otros países que, ante la abundancia de recursos, el crecimiento del gasto debe ser racional y orientado a generar producción incentivando la productividad. No sin razón Roberto Lucas, nobel de economía, decía que “en las trincheras todos somos keynesianos”, para sembrar la inquietud que cuando hay dificultades, una mala gestión financiera o un exceso de desregulación para subvencionar sectores o fomentar actividades que generen expansión monetaria no siempre son la panacea para combatir las inequidades. Los impuestos son necesarios y Colombia, contrario a algunas opiniones, no paga los suficientes, pero está demostrado que la presión fiscal y sus recaudos, tienen impacto negativo en el crecimiento, a mediano plazo, si no se racionaliza el gasto. Francia, en la era Miterrand, dio vía libre a los estímulos económicos y prácticamente nacionalizó la banca para facilitar el acceso fácil, riesgoso y poco riguroso al crédito subvencionado, experimento expansionista que reversó en poco tiempo, para retomar la disciplina en el gasto estimulando la innovación y la gestión productiva de individuos y empresas.
Hay nubarrones inquietantes, pero queremos confiar que Presidente y Gobierno, hagan ajustes y acierten en sus decisiones.