Inevitable registrar el inexorable paso del tiempo, pues el corto plazo de cuatro años se convierte en la espada de Damocles, de quienes llegan a la Presidencia de la República. Aunque parezca insolente decirlo, arribamos al primer semestre, restan siete, y forzoso es intentar evaluar esta carrera contra el almanaque.
El Gobierno acierta en la interpretación de la nueva era. La Humanidad está en la transición postpandemia hacia la construcción de una economía verde que compagine los intereses de quienes, en el mundo de la globalización, el libre comercio y la industrialización, del pasado siglo, encontraron el bienestar, con las afugias de grandes sectores rezagados y excluidos por la creciente concentración de la riqueza. Los economistas coinciden en la urgencia de idear nuevas formulaciones económicas, basadas en el saber y en el uso de tecnologías sostenibles, compatibles con el medio ambiente, para echar las bases de una nueva organización social orbital comprometida con la equidad y el bienestar sin exclusiones.
Eso lo tiene claro el Presidente, y el país votó el cambio, bajo esas premisas, no sin ciertas reticencias. Los problemas comienzan cuando, una vez posesionado, se dio cuenta de que no tenía equipo para acometer tan descomunal tarea. La improvisación salta a la vista y la escogencia de sus colaboradores cercanos, deja mucho que desear por algunas reservas sobre su pasado y porque primaron, en muchos casos, criterios políticos y compadrazgos, viejos vicios que se aspiraba erradicar.
El Presidente siguió en la plaza pública, predicando sobre un acervo de propuestas ambiciosas y abandonó la gerencia. El único proyecto presentado y aprobado ha sido el de la reforma tributaria. En los otros campos de la administración la objetividad indica que, además de las decisiones rutinarias del difícil arte de gobernar un país impredecible, se han tomado medidas orientadas a satisfacer puntuales aspiraciones de sectores que podrían encarnar la base de sustentación política del Gobierno, que también aparece como móvil en el tema del Metro. Son profundas las implicaciones de esa decisión presupuestal billonaria, que genera ruido y suspicacias, para satisfacer caprichos del repudiado centralismo capitalino, golpeando a millones de colombianos víctimas, en muchas ciudades y regiones, de enormes problemas de movilidad por la falta de recursos.
En lo demás, la constante son anuncios, rescatables unos y otros inconvenientes, sobre salud, educación, pensiones, economía, etc., que el país espera conocer en detalle. Es lógico suponer que hay deseo de acertar, pero es claro que este semestre no quedará inscrito en la historia como el de las grandes transformaciones. Colombia entera espera pasar de los anuncios a las realizaciones.
En este orden de ideas, es difícil entender la convocatoria presidencial a las calles, al estilo del no bien recordado Estado de Opinión, para protestar contra un enemigo imaginario, supuesto obstáculo en el camino de unas reformas, simplemente anunciadas, desconocidas por el país y pertenecientes al resorte del Órgano Legislativo. El Presidente, de cara al futuro y a la historia, debe valorar que el tiempo es corto y que 50 millones de personas, más allá de su círculo, tienen esperanza en esa Colombia, potencia mundial de vida.