Pareciera que la incertidumbre, tan afín a la economía, se hubiese apoderado del país y estuviese también afectando las adustas mediciones de los expertos del Fondo Monetario Internacional que en enero, castigaron los pronósticos hechos en octubre del año pasado, pasando su cálculo de crecimiento de 3,6% a 3,3% del PIB, teniendo en cuenta las tensiones comerciales de Estados Unidos y China, así como la caída de los precios de las materias primas. Sorpresivamente en febrero, el FMI tras su visita al país, eleva a 3,5% la proyección del crecimiento para el año próximo y a 3,6% para 2.020 teniendo en cuenta el aumento de la demanda interna que comienza a recuperarse, los efectos de la migración y las perspectivas de inversión empresarial por las significativas rebajas de impuestos que supuestamente deben estimular la inversión y el empleo. Sin embargo el Fondo, se une a la preocupación de quienes no ven solución en el corto plazo a los problemas del déficit en cuenta corriente, que podría llegar a 3,9% del PIB en el 2019.
Por otro lado, no se descarta, o mejor, es casi seguro que tendremos enormes dificultades fiscales en 2020 por la caída de los recaudos, que tendrán que mejorar, por la vía de un apretón significativo del gasto, o con otra reforma tributaria que caería duramente sobre quienes ya están, casi a límite en su capacidad contributiva.
De acuerdo a lo anotado, y a los temores del FMI, no parece fácil generar un mayor crecimiento económico. Avanzamos tímidamente el año pasado y seguimos pagando los costos de una apertura indiscriminada que nos impide recuperar la industria para generar empleo. No parece que el Gobierno estuviera en el empeño de modernizar y actualizar el aparato productivo con los debidos estímulos financieros, pues los fáciles, de las exenciones tributarias, no cumplen su cometido y quedamos, como lo anota el FMI, demasiado expuestos a las turbulencias externas que no parecen pocas en los próximos años. Preocupa la recuperación del sector privado, con excepción del financiero que goza de cabal salud, tras varios años de ralentización económica.
En este frágil escenario económico del país, ¿vale la pena seguir generando tormentas que pueden dar al traste con las buenas intenciones, que dice tener el Gobierno?
La camorra con Venezuela, para hacerle un mandado a Trump y a los fundamentalistas criollos, está llegando a un punto muerto que nos deja en una incómoda posición con un vecino obligado al que no podemos renunciar, pese a las estridencias de su música, sin margen de acción para intermediar diplomáticamente en la búsqueda de una solución democrática que nos conviene, más que a nadie. La paz, mundialmente reconocida como un logro sin precedentes, resolvió el Gobierno, ponerla en riesgo, por razones políticas, creando un caos institucional, colocando en la agenda una discusión santanderista de difícil pronóstico, y enviando una señal de república bananera a la Comunidad Internacional que avaló, apoyó y aportó recursos en ese loable empeño.
Para rematar, la decisión de revivir la fumigación aérea con glifosato, prohibida por la Corte Constitucional, unida a otras políticas, poco amigables con el medio ambiente, como el fracking y la facilidad para otorgar licencias mineras, pasando por encima la opinión de las regiones, generan un clima de agitación social, que atenta contra la economía, espanta la inversión, contrae la demanda y genera desconfianza en el consumidor. Sobra política y falta Gobierno.