Los procesos de Educación se basan en la libre expresión y en poder comunicar nuestro pensamiento sin miedos. La herramienta más poderosa para lograr esa interacción es el diálogo. Vivimos con las consecuencias de las decisiones y las acciones que tomamos. Necesitamos hablar, conversar, dialogar, aunque nos agote, aunque muchas veces los diálogos para buscar un acuerdo pareciera que no conducen a nada. Más ahora que hay tanta gente expresándose en las calles.
Tenemos más en común con quienes piensan distinto a nosotros, pero quieren dialogar, que con quienes piensan lo mismo que nosotros pero no están dispuestos al diálogo. Se convierten en personas intolerantes aunque no haya diferencias. La sensación de distancia y de dificultad permanece. La actitud frente al diálogo es más importante que la misma temática. Lograr los acercamientos es el más importante trabajo individual.
Hay pluralismo y la confrontación puede ser visible, pero, el solo hecho de discutir los pormenores del disenso logra el consenso. El diálogo se tiene que hacer sin penalizar, ni castigar, ni regañar a las personas por pensar diferente. El respeto en cada parte de la mesa es esencial para escuchar las voces de quienes no compartimos sus ideas, aunque no nos gusten.
Defender la libertad de expresión es propio de las sociedades civilizadas que buscan los mejores pactos para convivir aún en desacuerdo. Entender es la clave para la búsqueda de la convivencia al interior de una sociedad.
Hay tantas ideas como personas. Cada persona tiene sus propios conceptos con respecto a muchos temas. Lo que no puede ser obstáculo para generar espacios de reflexión conjunta y nunca rechazar a las personas por sus ideas.
Las ideas deben evolucionar, es natural su enriquecimiento día a día con las experiencias, nuevos conocimientos y la innovación, es cierto que hay principios filosóficos que permanecen como básicos y fundamentales. Por eso, hay que estar dispuestos a cambiar las ideas. Sentarse al fuego y conversar tiene similitudes, porque el fuego se extingue o se propaga como las ideas en las conversaciones. Muchas veces se extinguen los diálogos por no saber manejar la falta de consenso. Pero, se pueden propagar sí de la conversación surgen nuevas ideas y proyectos que se fortalecen con el cambio mental colectivo. Una actitud correcta evita que se extinga una buena conversación. No dejar que se extinga el fuego, también evitar que nos arrastre.
Son famosas las “Conversaciones con Dios” de Neale Donald Walsch, quien escribió lo que indicaba su corazón como si estuviese hablando Dios. Explicó que era Dios el que a través de su mano explicaban sus puntos de vista con respecto a la vida, la muerte, el amor, la economía, el trabajo. Estas conversaciones lo llevaron a definir que lo más importante es concentrarnos en lo que pensamos de nosotros mismos a través del amor o del temor.
Lo opuesto al diálogo es la soledad. Stephen Batchelor en “Elogio de la soledad” explica cómo Montaigne se retiraba en su castillo para practicar la soledad cómo manera de vivir, apreciaba el arte, meditaba y buscaba su perfeccionamiento. Buscaba un ser oculto dentro de su propia celda cerebral. Estar solo es mucho más que soledad, es el arte de cultivar la mente a través de un entrenamiento que se practica en solitario y se consagra al cuidado del alma.
La concentración mental avanzada trata de inmovilizar el pensamiento, lo que es casi imposible lograr porque nuestra mente es impotente para parar el manantial inagotable del pensamiento que fluye en esos momentos de reflexión. La mente es un prodigio.