Las marchas han ocupado la atención de los medios esta semana, fueron convocadas de una manera pacífica, para buscar cambios importantes. Sin embargo, a esos pacíficos se unieron grupos violentos con un libreto diferente, que hicieron terminar las marchas en vandalismos. Para obtener cambios importantes en la historia no es necesaria la violencia. La prueba ya la vivimos en el año 91, la Constituyente, fue fruto de uno de los procesos más violentos que ha vivido Colombia.
Unos creen que los organizadores del paro son los mismos vándalos. Es importante el informe de Inteligencia Militar que dé claridad al país. Se han recibido críticas internacionales por el uso de la fuerza Pública para detener las marchas. La violencia es condenable venga de donde venga. El cierre de vías de acceso ha impactado el abastecimiento de varias ciudades y sus centrales de abasto que han quedado sin frutas, hortalizas, ni suministros médicos. Todo indica que hay un diseño de agitadores profesionales y el daño mayor ha sido al alma del inversionista que se asusta y desmotiva. Otros lo interpretan como ambientación de la próxima campaña política con características especiales.
El Presidente Duque lo explicó como “vandalismo y terrorismo urbano financiado y articulado por el narcotráfico”. Entonces, los narcos pueden utilizar estos ataques como un elemento distractor de la fuerza Pública para ellos poder sacar la droga almacenada, porque sus rutas de salida quedan sin vigilancia.
El formato se repite con similitudes en otros países Latinoamericanos que también han sido vandalizados. Las protestas empiezan con algún pretexto que pueden ser los precios del combustible o los subsidios de transporte, como el caso Chile y Ecuador, o la Reforma Tributaria en Colombia. Después se vuelve una causa, un grito de lucha, manifestaciones, violencia, vandalismo que atenta contra los Derechos Humanos, y se da casi siempre, como preámbulo de elecciones.
Se analiza la similitud de este patrón latinoamericano con las Maras de El Salvador, pandillas que destrozan todo a su paso como protesta contra el establecimiento. También hay la discusión sobre el formato de la “Revolución Molecular Disipada” que ha tenido suficiente ilustración.
Lo más importante es qué viene hacia el futuro. Desde este momento: ¿Qué vamos a construir? Los momentos violentos generan espacios de reflexión, convocatorias y búsqueda de consensos. Fue lo que vivimos en el año 91 y de allí salió La Constitución. El caos por duro que parezca debe conducir a una transición hacia la normalidad, una etapa de acuerdos y de reflexión que nos debe llevar a un escalonamiento de transformaciones planificadas, acordadas y realizables. Una verdadera agenda de reactivación económica. Hay que armar las alianzas políticas, para construir la única solución viable que es el Estado Regional pactado desde 1991, pero se ha obstaculizado porque conlleva una reducción del Gobierno Central. Es el único esquema de Gobierno que hará que cada Región se apropie de sus decisiones. Es el camino político que debe construir un nuevo país. Debe surgir un proceso de regionalización pensante, optimista con nuevas herramientas jurídicas y grandes cambios; un nuevo marco económico y empresarial.
El esquema regional debe ser parte del diálogo. Como nuevo modelo de Estado. Es repensar cada región, y su futuro destino con herramientas de Gobierno más cercanas a cada territorio. Un paro como el que hemos vivido ha sido difícil manejar por el agotado esquema centralista que se utiliza en su trámite. Es la hora de las regiones.