En tiempos de pandemia nada es más peligroso que la ausencia de sentido común para enfrentarla. El sentido común, indica que, en estos tiempos, la sociedad en su conjunto debe enfrentar a la peste y sus consecuencias como un ejército compacto, bajo una dirección política que una a todos. No son tiempos de enfrentamiento político, son tiempos de anormalidad que indican la obligación de ponernos de acuerdo. Esto no niega las diferencias propias de una democracia.
Precisamente, la capacidad de una democracia - el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y de las reglas de juego formales y sustanciales- reside en dar respuestas razonables desde la diferencia y construir esas respuestas, sin exclusiones, y trabajando la depresión económica y la salud pública. Una democracia se mide por su capacidad de ofrecer respuestas frente a crisis. Y, esas respuestas, tienen que ser fruto del consenso; lo que exige que el o los gobiernos de las democracias lo construyan por el bien común.
Este bien común que debe ser protegido, no se protege en la soledad del poder, se protege en la unidad de la sociedad civil, es decir, el poder político al frente de la lucha contra la peste construye una alternativa; pero invitando a la sociedad para que participe. Una pandemia no es asunto de un grupo en el poder político del Estado, nos compete a todos. Todos somos potenciales víctimas mortales del contagio, por eso nos asiste el derecho a intervenir.
Y, esta invitación no es rechazable. Es una invitación a la que no se puede renunciar. En la adopción de las políticas frente a la peste se requiere de la participación de todos. La necesidad de enfrentar en común una peste, es una enseñanza que parte desde la antigüedad, y en las grandes obras de la literatura griega se encuentra. Desde ‘La Ilíada’ de Homero, la lucha en contra de la peste, se debe hacer en forma democrática.
Sófocles, un defensor de la democracia ateniense, en su bellísima obra ‘Edipo Rey’, desde su primera página nos enseña que en la peste el rey convoca a todos para enfrentarla. En la escena primera dice: “La ciudad está llena de incienso, a la vez de cantos de súplica y de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo, famoso entre todos. Así que, oh anciano, ya que eres por tu condición a quien corresponde hablar, dime en nombre de todos: ¿cuál es la causa de que estéis así ante mí?”. En nombre de todos, pide Edipo, un rey.
Las medidas contra la peste exigen que, en una nación organizada en forma centralista y con un fuerte presidencialismo, el Presidente de la República invite a todos los gobiernos departamentales y locales a que intervengan en la construcción de alternativas. No se trata de darles órdenes a los gobiernos departamentales y locales desde el churubito del poder presidencial, no digo que el presidente lo haga, como dice Edipo, un rey, que debe escucharse la voz de todos.
Por ejemplo, en este momento de peste se tramita una reforma tributaria para resolver la situación económica que deja la peste. La única voz que se ha escuchado es la del Gobierno Nacional, corresponde ahora construir un CONSENSO NACIONAL con una discusión lógica, seria y responsable. Existen reacciones en su contra en el mundo empresarial, jubilados, mujeres, docentes, minorías, indígenas, desempleados, partidos y movimientos políticos. En fin, voces que desde el alma cuestionan la razonabilidad y justicia de la reforma. No es suficiente que un gobierno durante una peste tenga la mayoría parlamentaria para hacerla aprobar. En una democracia se debe escuchar la voz de todos, Edipo, un rey lo enseña.