En nuestra columna anterior nos referíamos a la paz, sin altura y convicción, que alcanzaron Israel y Líbano sellando un acuerdo de alto el fuego para poner fin a los combates entre el ejército israelí y Hezbolá. Explicábamos que la dificultad para alcanzar los objetivos de lado y lado es lo que los llevó a comprometerse.
En el caso de Hezbolá, diezmado por los numerosos golpes a sus líderes, instituciones y mando militar, olvida de plano no detener sus ataques a las posiciones israelíes antes del final de la guerra en Gaza.
Cuando escribíamos esas líneas no inferíamos el repentino desenlace en Siria, pese a la conexión de Hezbolá con el ejército de ese país. La debilidad de este partido-milicia que apoyaba al ejército, sumada a la constante mengua de oficiales y asesores iraníes, fueron decisivos.
Dentro del disminuido apoyo extranjero, debemos contar a Rusia, que desde 2022 retiró una gran cantidad de efectivos y aviones de su base en Latakia debido a la guerra en Ucrania.
El gobierno de Bashar Al Assad, desde que obtuvo una relativa superioridad sobre la oposición en 2016, consciente de su dependencia de la ayuda militar extranjera, descuidó a su ejército, que sufrió despidos y un fuerte deterioro del nivel de vida de sus hombres, a tal punto que la corrupción y la escasez de alimentos en las fuerzas hizo dudar de su compromiso con la patria.
Las condiciones económicas no eran favorables, la guerra no era propicia para explotar al máximo las capacidades sirias de gas y petróleo, adicionalmente, las sanciones anunciadas por los EE.UU. en 2019 limitaron tratos del gobierno con agencias gubernamentales o individuos y esto empobreció más al país.
Así, un ejército conformado por un gran número de fuerzas paramilitares y milicias se redujo a soldados sirios absolutamente desmotivados, que no levantaron su moral pese al aumento salarial de 50% que ordenó Assad hace una semana con el fin de impulsarlos a detener a las fuerzas de la oposición. De ahí, la deserción de soldados y oficiales que abandonaron vehículos, armamento y hasta sus uniformes durante el avance rebelde de Alepo a Damasco, pasando por Hama y Homs.
Al régimen solo le quedaba la posibilidad de defensa por aire, sin embargo, hace rato que Irán no podía enviar refuerzos por esta vía, toda vez que Israel y Estados Unidos controlan la mayor parte del espacio aéreo sirio.
El futuro pasa por concertar puntos de encuentro entre los distintos grupos rebeldes que se han disputado el control desde que inició la guerra civil hace más de 13 años. El antes Frente Nusra hoy Hayat Tahrir al Shar, es el grupo que lideró la ofensiva bajo el mando de Abu Mohamed al Julani (nombre de guerra) y que hoy, con su nombre real Ahmed al Sharaa, se presenta como moderado y definiendo las primeras decisiones políticas.
Este grupo controla toda la franja que va desde Idlib hasta Damasco y ha llegado a la costa mediterránea (Latakia, en el norte), y a la frontera con Líbano.
También juegan el Ejército Nacional Sirio (al norte) y las Fuerzas Democráticas Sirias (al este del río Éufrates hasta la frontera iraquí). Todos hacen de paraguas de otros grupos más pequeños. Como si fuera poco, y por suerte con menos protagonismo, mantiene cierta presencia el denominado Estado Islámico. Confiemos que esta tardía primavera sea más prometedora que la de sus vecinos.