Analistas 13/12/2018

Riqueza vs. desigualdad

Eric Tremolada
Dr. En Derecho Internacional y relaciones Int.

Cada día sorprende menos ver que en cualquier latitud del globo el descontento y las protestas se relacionan con el desempleo y la inseguridad económica a la que nos somete una globalización sin gobierno. Un mundo más rico y desigual no solo polariza las rentas de los ciudadanos sino las afinidades políticas, y amenaza -en palabras de Máriam Martínez-Bascuñán- la estabilidad que debe brindarnos la democracia.

La directora de opinión de El País, entiende que se deshace el contrato social en Europa sin que lo hayamos visto venir y si bien señala que esa colisión del conflicto social sobre el mundo político es tan vieja como Marx, la circunscribe a su continente donde se evidencia una fractura que aleja las zonas rurales y desindustrializadas de las grandes ciudades “que monopolizan el empleo y el bienestar de los ciudadanos”. Así explica la crisis de los chalecos amarillos y se funda en el geógrafo francés Christophe Guilluy que ha teorizado sobre la desaparición de las clases medias en su ensayo La Francia periférica.

Esto es lo que los marxistas denominaban carácter “revolucionario” del capitalismo, pues el propio sistema -sin comprenderlo- crea las condiciones para que se desarrollen fuerzas sociales que agudizan las contradicciones. El ciudadano global vive dándole la espalda a sus compatriotas que se sienten con menos oportunidades, mientras los Estados como componentes de ese mundo globalizado -sin gobierno-, se subordinan y olvidan las necesidades de los más rezagados. Paradojas que explota el populismo de extremos, canalizando la indignación, representando al “pueblo real” contra los “enemigos” de este.

El triunfo de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen solo fue una pausa a la oleada populista en Francia. El Frente Nacional con 21% del electorado privilegió desde mediados de los 80 el rechazo del islam frente a su conocido antisemitismo e insta al pueblo a abandonar la prisión de la Unión Europea. Como lo venimos señalando (columnas de 09.02.2017 y 18.10.2018), la misma línea de islamofobia y anti migración da réditos en Europa: Alternativa para Alemania ya cuenta con 13% del Bundestag, en Austria un canciller gobierna en coalición con la ultra derecha, los gobiernos de Hungría e Italia crecen en popularidad con el cierre de fronteras, en los países del norte los partidos nacionalistas ya son opción de poder, en Dinamarca con 20% del electorado, en Finlandia y Suecia con 18% y en Holanda con 13%. Por su lado, en Polonia, anuncian el control de los órganos judiciales y los medios de comunicación y el Reino Unido -por las mismas razones- se juega en estos días un Brexit blando con acuerdo o uno duro sin este.

La democracia no da respuestas al progreso social, las clases dirigentes y los partidos tradicionales no solo no reaccionan, sino que suman a la fragmentación y no contribuyen al reequilibrio: el panorama es poco alentador y la brecha entre riqueza y desigualdad será la de siempre, o mayor.

Entre tanto en Perú se celebró un apresurado e insuficiente referéndum contra la corrupción y en Colombia no solo cogeamos de la misma forma, sino que Michel Forst, relator especial de Naciones Unidas, sin tapujos se refirió a las amenazas y asesinatos de defensores de derechos humanos y líderes sociales “he visitado muchos países, pero la situación en Colombia es dramática (…) estoy horrorizado: mi informe es la voz de los defensores”.

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