Tremolando banderas
Exacerbar patrioterismos y provocaciones en la denominada isla Santa Rosa es un sin sentido que no suma a la presunta disputa territorial entre Colombia y Perú, y sí resta en las relaciones de dos pueblos hermanos con economías cada vez más interdependientes. Un sobrevuelo de un avión militar colombiano sobre esta isla aluvial fue denunciado y generó una nota de protesta por parte de Perú. Gobierno que, por cierto, desplegó un grupo de militares en la isla para “mantener el orden y la tranquilidad” en la zona.
Por su parte, un exalcalde de Medellín y precandidato presidencial, izó una bandera colombiana en la isla, lo que fue interpretado por Perú como una provocación directa a su soberanía, a su vez, un topógrafo colombiano fue detenido en la misma Santa Rosa por realizar mediciones sin permiso, lo que incrementó las tensiones.
Nos preguntamos si vale la pena tremolar banderas patrioteras por una isla que es fruto de una acumulación principalmente de sedimentos de arena y grava. Adicionalmente, hay que precisar que ni siquiera está claro que el cúmulo de barro de la presunta disputa sea una isla autónoma, toda vez que existe la denominada isla Chinería, al noroccidente de Santa Rosa, no solo más grande, sino que parece formar parte de la misma zona terrestre de Santa Rosa y que el río Amazonas a veces las une y a veces las separa dejando un canal entre ellas.
Tampoco es evidente que el thalweg (línea que sigue la parte más profunda de un río) que se utiliza comúnmente para determinar la frontera entre dos países o regiones que comparten un curso de agua -tal como sucede en el caso de la frontera colombo peruana- haya cambiado sustancialmente debido a la erosión y sedimentación del Amazonas. Lo que sí parece ser inobjetable son las dificultades de Leticia para la navegación por las variaciones del nivel del agua, la sedimentación y los bancos de arena, que explicaría -la razón de fondo- de la renovada reivindicación del gobierno colombiano. La reciente creación del distrito de Santa Rosa por el Congreso peruano, que no es otra cosa que un tipo de subdivisión administrativa que se acostumbra en ese país, sería el pretexto.
Es absurdo que los Estados latinoamericanos sigan enfrascándose en disputas fronterizas de geografía física, como si las extensiones de territorio en disputa satisfagan per se las necesidades de las poblaciones que los habitan. Las regiones fronterizas -en especial la amazónica, por razones de su conservación- necesitan que se piensen y administren desde la geografía humana. Si realmente nos importan los pobladores de esta frontera hay que analizar la demografía caracterizando a sus poblaciones, sus formas de organización, su entorno y la utilización del territorio.
Sin entender cómo las personas interactúan con su entorno y cómo se organizan en el espacio, no es posible una planeación estratégica que implique la participación ciudadana en la toma de decisiones y en la gestión de los asuntos públicos. Los Estados son construcciones sociales, fruto de un pacto, y deben estar al servicio de sus ciudadanos y no al revés. Las causas que exacerban patrioterismos puede que unifiquen los ánimos en defensa de la Nación, pero no solucionan la miseria y la deforestación que reinan en una zona que, por cierto, es trinacional y que tanto Bogotá, como Lima y Brasilia, ignoran.