Una carta dada a conocer en las últimas horas por el medio de comunicación El Heraldo, dirigida al presidente Gustavo Petro desde Panam Sports, sepulta cualquier posibilidad de recuperar la sede de los Juegos Panamericanos. En ella claramente se hace un recuento de los hechos y las razones por las cuales toman la decisión final indeclinable.
Así los dijo con toda claridad Mariana Pajón, nuestra doble medallista de oro olímpica. No solo pierde el deporte, pierde Colombia.
Hoy cuando se buscan políticas de Estado que generen cohesión y transformación social, definitivamente el deporte es una herramienta fundamental.
Los Juegos Panamericanos, como es bien conocido, son las justas más importantes en nuestra latitud después de los Juegos Olímpicos. No hay duda del gran ecosistema deportivo-económico que genera la industria deportiva.
Dichos juegos podrían llegar a generar casi $2,5 billones en los próximos tres años y medio. Obras, turismo, emprendimiento, generación de empleo, educación, voluntariado, capital social, impuestos y demás variables eran los sectores beneficiados con ellos. Su inversión iba a ser de $1 billón en los próximos tres años, algo nada alarmante cuando también sabemos que en ese mismo periodo el presupuesto para inversión de toda la nación será de $300 billones.
Lamentablemente eso ya no será así, más allá de la responsabilidades individuales que establezcan las autoridades nacionales sobre los posibles responsables de la pérdida de los Panamericanos y Parapanamericanos.
Panam Sports, al haber abierto una nueva convocatoria y al ya tener a Paraguay y Perú por ahora como candidatos, se apertura un derecho a esas naciones que no puede ser menoscabado por una nación que ya incumplió estatutos. De hacerlo podría esa organización verse sujeta a demandas internacionales y no creo que ni su presidente, ni su comité ejecutivo vayan a tomar ese riesgo por Colombia. Es decir, jurídicamente hablando, que estamos por fuera de competencia (en mi opinión). Se mantuvo la esperanza de los colombianos, a mi manera de ver, folclóricamente, pues estas entidades internacionales son serias y cumplen las normas. Panam ha sido amigo de Colombia, incluso flexible en casos, cuando se le ha solicitado, pero llega el momento donde la amistad exige mayor claridad y nosotros no la tuvimos.
A veces pareciéramos anestesiados, no percibimos la importancia de unos temas y sobre todo su impacto social, y preferimos enfrascarnos en debates inocuos. Perdimos y somos responsables. Ahora se encuentra muy lejos la oportunidad de tener estos juegos y quién sabe cuántos años más pasarán para conseguirlos.
De esta experiencia, gobiernos y funcionarios debemos aprender a ser ejecutivos, a honrar la palabra y a entender una vez más que no somos “el ombligo del mundo”, que hay instancias donde las concesiones se acaban y no se recuperan ni con discursos ni con cartas.
Perdemos todos, sin importar ideologías, razas o estratos. Por ahora seguiremos viviendo en el recuerdo de los Panamericanos del año 1971 que disfrutó Colombia en la ciudad de Cali y que la transformaron para siempre.