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¿Puede la IA construir soluciones de IA sin nosotros? Cuidado con la trampa de la eficiencia total

Federico Hederich

La inteligencia artificial ha dejado de ser un experimento para convertirse en una palanca estratégica en casi todas las industrias. Automatiza, personaliza, predice. Lo hace más rápido y, en muchos casos, mejor que nosotros. Pero justo en esa aparente perfección está el riesgo: algunas organizaciones comienzan a delegar en la IA no solo tareas, sino también el diseño de las soluciones que las contienen. Lo mejor es que se haga con formación técnica profesional y criterio, pero esa no es la práctica más común.

¿Puede una empresa confiar únicamente en la IA para construir soluciones de IA? Técnicamente, sí. Estratégicamente, es una apuesta peligrosa.

Las ventajas son evidentes. Se gana en velocidad, eficiencia y reducción de costos. Herramientas como copilotos, asistentes generativos y plataformas low-code permiten que una sola persona construya en días lo que antes tomaba meses. Además, la IA ofrece recomendaciones inteligentes, reduce errores humanos y escala operaciones sin fricciones. En apariencia, una máquina perfecta.

Pero lo que parece eficiencia total puede esconder una trampa. La IA, por potente que sea, no entiende el negocio, no interpreta cultura, no siente empatía, ni distingue qué hace única a una compañía. Una IA puede proponer el camino más corto, pero no necesariamente el más correcto. Depende de cómo el humano interactúa con ella, la gestiona, construye y colabora.

Uno de los mayores peligros son las “alucinaciones”: respuestas erróneas entregadas con total confianza. Sin supervisión humana, estos errores pueden escalar rápidamente, afectando decisiones críticas. Además, una IA sin control puede amplificar sesgos, ignorar normativas y poner en riesgo la reputación de una empresa.

Otro riesgo es la complacencia estratégica. Cuando se delega en la IA la responsabilidad de diseñar soluciones, los equipos pierden sentido crítico. Dejan de preguntarse “por qué” y se conforman con el “cómo”. La empresa entra en piloto automático y, a largo plazo, pierde su ventaja competitiva.

Tampoco hay que ignorar el factor humano. Liderazgo, creatividad, juicio ético y visión de largo plazo siguen siendo cualidades exclusivamente humanas. Una IA puede generar código, pero no puede liderar una transformación cultural. Puede responder preguntas, pero no puede hacer las preguntas correctas.

Por eso, el camino no es eliminar la IA ni rendirse ante ella. El camino es la colaboración. Usar la IA como amplificador, no como reemplazo. Permitir que se encargue de tareas repetitivas, mientras las personas se enfocan en crear sentido, validar hipótesis, tomar decisiones informadas y construir confianza.

En ese sentido, cada vez más organizaciones están recurriendo a modelos de soporte estratégico que les permitan escalar el impacto de sus iniciativas de datos e IA sin perder el control. Contar con marcos validados y apoyo experto -como los que ofrecen plataformas como Forrester Decisions for Data, AI & Analytics- permite a los líderes evitar la trampa de la automatización ciega y maximizar el valor real de la inteligencia artificial.

La estrategia no se automatiza. Se diseña, se lidera, se vive.

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