Hay un ritual silencioso que ocurre cada 31 de diciembre, justo entre la última uva y el primer abrazo. Es ese instante en el que, tras un año de empujar proyectos, miedos y rutinas hacia la cima de la montaña, sentimos el peso muerto de la gravedad. Mañana es 1 de enero y, por decreto del calendario, la piedra que tanto nos costó elevar volverá a rodar hasta el valle.
Nos han vendido la idea de que el fin de año es una meta, pero cualquiera que haya vivido lo suficiente sabe que el brindis de medianoche se parece más a un relevo de cargas que a una medalla de oro. Estamos atrapados en una circularidad que tiene tanto de celebración como de condena.
Es aquí donde la figura de Albert Camus se proyecta sobre nuestras uvas y brindis. Para el filósofo francés, Sísifo no es una figura de tragedia pura, sino el "héroe del absurdo". Camus sostiene que el castigo solo es terrible si se vive con la esperanza de un descanso que nunca llegará; pero cuando Sísifo acepta que la piedra volverá a caer y aun así decide bajar la montaña para buscarla, se adueña de su destino. El 31 de diciembre somos ese Sísifo lúcido: conscientes de que el "nuevo año" no es más que la misma montaña con distinto nombre, nos atrevemos a sonreír. Al final, como concluye el ensayo, debemos imaginar a Sísifo feliz, no porque ignore el esfuerzo, sino porque en el acto de empujar la piedra —en el simple hecho de persistir— ha encontrado su única y verdadera libertad.
Sin embargo, nuestra versión moderna del mito incluye un matiz casi cómico: las resoluciones. Mientras descendemos la ladera para reencontrarnos con nuestra roca, nos entretenemos decorándola. Le prometemos que este año será más ligera, que la subiremos por un camino más corto o que, finalmente, lograremos que se quede quieta en la cima. Gastamos la primera semana de enero convencidos de que el cambio de dígito en el calendario ha alterado las leyes de la física existencial. Pero la piedra, indiferente a nuestros deseos de gimnasio y agendas nuevas, sigue siendo la misma piedra; lo único que realmente cambia es la fuerza de nuestras manos para sostenerla.
Mañana despertaremos con la resaca de la fiesta y el peso de una agenda en blanco que, irónicamente, ya conocemos de memoria. Volveremos a poner el hombro contra la roca, a jurar que esta vez la subida será distinta.
Podría parecer una tortura, pero hay una belleza extraña en nuestra terquedad. Si el universo es indiferente y los ciclos son infinitos, nuestra mayor rebeldía es seguir brindando. Celebramos el 31 de diciembre no porque hayamos terminado la tarea, sino porque, a pesar de saber que la piedra rodará de nuevo, todavía tenemos fuerzas para volver a bajar por ella.
Feliz año nuevo a todos los Sísifos; que su roca sea ligera y su voluntad, inquebrantable.